"Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.
Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.
El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros. (Pedro y Pablo, Santos Fiesta, 29 de junio. por Tere Fernández Fuente: Catholic.net. Para el texto completo puedes visitar la siguiente dirección: http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=1274. Por favor, ¡patrocina esta página catolica!)"
Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.
El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros. (Pedro y Pablo, Santos Fiesta, 29 de junio. por Tere Fernández Fuente: Catholic.net. Para el texto completo puedes visitar la siguiente dirección: http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=1274. Por favor, ¡patrocina esta página catolica!)"
Para la Reflexión Personal
por Fr. Ismael
por Fr. Ismael
En el texto evangélico de Jn.21,3 se nos proponen diversas escenas que son necesarias para nuestra reflexión. En una de ellas, todo se silencia. Después de haber comido tiene lugar el acontecimiento para Pedro: ¿Me amas? Muchos han expresado que estas preguntas que hace Jesús a Pedro es para que se arrepienta de haberlo negado tres veces (Mt.26,69-75;Mc.14,66-70), pero también podemos leerlas en base a la misión y tarea que se encomienda. Es decir, a Pedro se le encomienda una tarea, pero antes de realizarla, tiene que estar dispuesto no sólo a manifestar su amor y adhesión a Cristo, sino también, ser capaz de confirmarla una y otra vez, cada ocasión que se le pregunte. Y lo que es fundamental: estar dispuestos para asumir nuestro testimonio de unión a Él hasta las últimas consecuencias.
El encuentro con la persona de Cristo tiene esas exigencias: confirmar nuestro seguimiento. No sólo de palabras, sino también con nuestras acciones. Exige de nosotros la capacidad de emprender el camino; la marcha, el rumbo como sus seguidores, siempre dispuestos a confirmar nuestra identidad de cristianos ante los demás, cada vez que se nos pida que expresemos aquellas cosas en las que decimos creer. Sin embargo, en la sociedad actual, nosotros como cristianos nos quedamos muy “pobres”. Tenemos miedo de expresar nuestra unión a la persona de Cristo y nos silenciamos. Nos callamos y hasta escondemos, para que no nos identifiquen como cristianos. Y ahí, tenemos que confrontarnos desde la experiencia de este evangelio que escuchamos. Preguntarnos, ¿amamos realmente a Cristo? Y, si lo amamos, ¿cómo estoy actuando? ¿Doy testimonio de ello ante el mundo? O por el contrario, ¿me hago silencioso a la injusticia? ¿Me hago de la vista larga, cerrando los ojos, ante la necesidad de los demás? ¿Me comporto solidario con quienes sufren, o me endurezco el corazón? Hay una pegatina para los autos que dice: “Si crees en Cristo que se te note”. Y es que nuestra vida debe ser reflejo de nuestra fe en Él. Si no obramos conforme a los criterios e ideales que brotan de su persona, de su mensaje, simplemente estamos haciendo una “burla” a lo que debe ser nuestra fe cristiana. Ojalá que cuando nos contemplamos en nuestra vida cristiana no nos sorprendamos así.
Una vez Pedro ha confirmado su amor a Cristo, se le da una encomienda: “Apacienta mis ovejas”(Jn.21,15-17). Y de ahí la nueva llamada: “¡Sígueme!”(Jn.21,19). O sea, como diciéndole: ya has expresado que me amas y que estás dispuesto a llevar ese amor hasta las últimas consecuencias. Has aceptado la tarea que te he encomendado, ahora empieza a caminar. ¡Sígueme! Esta es una llamada que se nos hace a diario. Respondamos desde nuestra realidad, desde nuestra vida misma, con nuestras palabras y obras, cada día, a esa invitación. Intentemos construir no sólo nuestras vidas, sino también nuestros hogares, nuestros trabajos, el mundo y todo nuestro diario vivir a partir de esta identificación con la persona de Cristo.
Pablo, por su parte, nos propone algo concreto: “pese a las vicisitudes de nuestra vida, hemos de poner nuestra confianza en el Señor”. Es Él quien nos da las fuerzas para enfrentarlas. Esta es una experiencia que nos refiere al contexto del “Getsemaní”. Podemos pensar, a lo largo de nuestro caminar, que cada una de las cosas que nos acontecen son “pesadas cargas que nuestros hombros no soportan”. Con ello, correr el riesgo de intentar hacer las cosas dejando a Dios de lado. La sociedad nos propone este estilo de vida. Nos dice que, “creer” en estos tiempos es algo pasado de “moda”. Que la vida puede construirse al margen de “lo religioso” –que es buscado, sólo cuando están las cosas peores–. Pero, lo triste es, que al obrar de dicho modo, conforme a los postulados que nos venden los estatutos sociales, perdemos el camino de nuestra vida. Nos empobrecemos poco a poco. Nos llenamos de insatisfacciones y dificultades porque, hemos decidido hacer de “esa, nuestra vida” algo sin Aquel que es el que la orienta, la guía y construye día tras día. (Contemplemos la figura de Job). Dije antes, que Pablo, en 2Tim.4,6-8.17-18 nos orienta al Getsemaní porque nos invita a poner nuestras vidas en las manos del Padre. A reconocer que, no hacemos la vida por nuestros propios méritos o iniciativas, sino que es Él mismo quien nos mueve. Es la invitación a ponernos en actitud de humilitas, reconociendo que: “se cumpla su voluntad y no la nuestra”. Que ponemos nuestras vidas en sus manos para que Él cumpla su voluntad. “No lo hemos elegido, sino que Él mismo nos ha elegido”(Jn.15,16). Y en otro lado se nos dice: “somos siervos inútiles que no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”(Lc.17,10). Pedro y Pablo lo entendieron de este modo. Ellos no sólo siguieron a Jesús, sino también que lo amaron. Y “lo amaron hasta el extremo”. Pidamos al Padre que nuestro testimonio de adhesión y unión a la persona de su Hijo sea siempre fermento del testimonio de una fe que se torna viva en el anuncio del mensaje del Reino.
El encuentro con la persona de Cristo tiene esas exigencias: confirmar nuestro seguimiento. No sólo de palabras, sino también con nuestras acciones. Exige de nosotros la capacidad de emprender el camino; la marcha, el rumbo como sus seguidores, siempre dispuestos a confirmar nuestra identidad de cristianos ante los demás, cada vez que se nos pida que expresemos aquellas cosas en las que decimos creer. Sin embargo, en la sociedad actual, nosotros como cristianos nos quedamos muy “pobres”. Tenemos miedo de expresar nuestra unión a la persona de Cristo y nos silenciamos. Nos callamos y hasta escondemos, para que no nos identifiquen como cristianos. Y ahí, tenemos que confrontarnos desde la experiencia de este evangelio que escuchamos. Preguntarnos, ¿amamos realmente a Cristo? Y, si lo amamos, ¿cómo estoy actuando? ¿Doy testimonio de ello ante el mundo? O por el contrario, ¿me hago silencioso a la injusticia? ¿Me hago de la vista larga, cerrando los ojos, ante la necesidad de los demás? ¿Me comporto solidario con quienes sufren, o me endurezco el corazón? Hay una pegatina para los autos que dice: “Si crees en Cristo que se te note”. Y es que nuestra vida debe ser reflejo de nuestra fe en Él. Si no obramos conforme a los criterios e ideales que brotan de su persona, de su mensaje, simplemente estamos haciendo una “burla” a lo que debe ser nuestra fe cristiana. Ojalá que cuando nos contemplamos en nuestra vida cristiana no nos sorprendamos así.
Una vez Pedro ha confirmado su amor a Cristo, se le da una encomienda: “Apacienta mis ovejas”(Jn.21,15-17). Y de ahí la nueva llamada: “¡Sígueme!”(Jn.21,19). O sea, como diciéndole: ya has expresado que me amas y que estás dispuesto a llevar ese amor hasta las últimas consecuencias. Has aceptado la tarea que te he encomendado, ahora empieza a caminar. ¡Sígueme! Esta es una llamada que se nos hace a diario. Respondamos desde nuestra realidad, desde nuestra vida misma, con nuestras palabras y obras, cada día, a esa invitación. Intentemos construir no sólo nuestras vidas, sino también nuestros hogares, nuestros trabajos, el mundo y todo nuestro diario vivir a partir de esta identificación con la persona de Cristo.
Pablo, por su parte, nos propone algo concreto: “pese a las vicisitudes de nuestra vida, hemos de poner nuestra confianza en el Señor”. Es Él quien nos da las fuerzas para enfrentarlas. Esta es una experiencia que nos refiere al contexto del “Getsemaní”. Podemos pensar, a lo largo de nuestro caminar, que cada una de las cosas que nos acontecen son “pesadas cargas que nuestros hombros no soportan”. Con ello, correr el riesgo de intentar hacer las cosas dejando a Dios de lado. La sociedad nos propone este estilo de vida. Nos dice que, “creer” en estos tiempos es algo pasado de “moda”. Que la vida puede construirse al margen de “lo religioso” –que es buscado, sólo cuando están las cosas peores–. Pero, lo triste es, que al obrar de dicho modo, conforme a los postulados que nos venden los estatutos sociales, perdemos el camino de nuestra vida. Nos empobrecemos poco a poco. Nos llenamos de insatisfacciones y dificultades porque, hemos decidido hacer de “esa, nuestra vida” algo sin Aquel que es el que la orienta, la guía y construye día tras día. (Contemplemos la figura de Job). Dije antes, que Pablo, en 2Tim.4,6-8.17-18 nos orienta al Getsemaní porque nos invita a poner nuestras vidas en las manos del Padre. A reconocer que, no hacemos la vida por nuestros propios méritos o iniciativas, sino que es Él mismo quien nos mueve. Es la invitación a ponernos en actitud de humilitas, reconociendo que: “se cumpla su voluntad y no la nuestra”. Que ponemos nuestras vidas en sus manos para que Él cumpla su voluntad. “No lo hemos elegido, sino que Él mismo nos ha elegido”(Jn.15,16). Y en otro lado se nos dice: “somos siervos inútiles que no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”(Lc.17,10). Pedro y Pablo lo entendieron de este modo. Ellos no sólo siguieron a Jesús, sino también que lo amaron. Y “lo amaron hasta el extremo”. Pidamos al Padre que nuestro testimonio de adhesión y unión a la persona de su Hijo sea siempre fermento del testimonio de una fe que se torna viva en el anuncio del mensaje del Reino.
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