Amar a Jesús es identificarse con su persona. Jesús nos manda a seguir su ejemplo. A “hacerlo tal como él lo hizo: no hay amor más grande que quien da la vida por sus amigos”. Es decir, nos descubrimos cumpliendo su voluntad cada vez que nos hacemos hermanos de quien se nos aparece en nuestro camino.
La vida cristiana es el caminar dentro de un contexto de compromisos. Nos adueñamos de una esperanza que nos mueve en la búsqueda de la realización. Identificamos en la persona de Cristo y en su mensaje un proyecto al que nos sentimos inclinados/as a seguir. Ello nos lleva a comprometernos con el mismo ser humano y esta obra nos transforma en discípulos/as: “ustedes serán mis discípulos si hacen lo que yo les mando”(Jn.15,14) Pero este realizar lo que les mando ha de ser entendido en un contexto de libertad. Y la vida –en ocasiones– se puede tornar en pequeños espacios donde la libertad adquiere un sentido fatalista. Por un lado se reduce la libertad al simple deseo, pero sin la comodidad de sentirnos libres con las decisiones tomadas.
En el texto de Juan –que debe ser leído con el capítulo decimocuarto del mismo evangelio– se nos proponen cuatro postulados que pueden considerarse el modelo concreto de nuestro testimonio como discípulos: “si mantienen mi palabra serán mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad les hará libres”. Y ello, no es otra, cosa sino la exigencia a la que nos compromete de una forma radical en el seguimiento y discipulado cristiano.
- si guardan(=mantienen) mi palabra: es la condición inicial de la cual derivan todas las demás condiciones del discipulado. La experiencia de nuestro caminar en la fe no es menos que la custodia de esta palabra “la que nos impacienta desde las entrañas como a punto de estallar, transformando nuestro ser”. Guardar las palabras es la aceptación del mensaje de Cristo; dejar que nos afecte; que nos hiera; que nos impacte. Permitir que se nos introduzca hasta lo más profundo y nos haga diferentes. Guardar las palabras es enriquecerse para luego dejarse empobrecer. Es llenarse de Dios para luego darlo. Es el vaciarse de nuestra humanidad para dejar a Dios que se haga en nosotros/as.
- Serán mis discípulos: Guardar las palabras es afín a todo discipulado. Es la condición de dejarlo todo por Cristo: “Ven y verás”. Es, –como les dije antes– la novedad de un proyecto hacia lo incierto, donde las seguridades son anuladas con el ahora. Es decir, con el presente. Es lanzarse con todas las fuerzas a nuestro proyecto de Dios en la comunidad. Es decir desde nuestro ser: Aquí estoy Señor, ¿qué quieres que haga? Es la capacidad de escucha de las palabras que nos llaman cada día: “ven y verás”.
- Conocerán la verdad: Guardar las palabras permite conocer la verdad, pero ¿qué es la verdad? Pregunta Pilatos a Jesús. Conocer la verdad conlleva el vaciarse totalmente para Dios. Es estar en la disposición de dejarse habitar por él; de hacerse pobres de espíritu para que sea en nosotros/as y se transparente por nosotros/as. Es en otras palabras, ser espejos de Dios.
- La verdad les hará libres: El proyecto cristiano es un proyecto de libertad. La libertad por medio de la verdad se extiende hasta el testimonio que nos obliga a dar el conocimiento de ella. Es la transmisión de una Buena Noticia que nos afecta el alma hasta que la comuniquemos. Es la animosidad de dar a conocer aquello que nos ha hecho sentir llenos y que anhelamos llene a otros. Es la inclinación que no nos deja tranquilos/as hasta que no la demos a conocer. Es la libertad de ser felices porque realizamos y nos gozamos en lo que hacemos. Es el hacer de nuestra Vida una fiesta en y desde Dios. ¿Cuándo fue el último momento de este sentimiento en mi Vida? ¿Cuándo fue la última vez que me sentí libre?
A menudo podemos corrernos el riesgo de pensar en términos muy humanos: Señor, pero ¿por qué me suceden todas estas cosas? Si todo fuera distinto, si tú realizaras las cosas como debes, nada malo me sucedería. Ponemos a prueba a Dios y nos aferramos a nuestros propios caprichos, esperando que él venga en personas a hacernos la vida. Pero, ¿dónde queda nuestra identidad de cristianos? ¿Dónde queda nuestro compromiso con el amor? Somos muy hábiles para hacernos de enemigos. A veces es una tendencia irremediable, y casi no lo podemos evitar. Pero, las palabras que les dejo son estas: que se amen unos a otros como yo les he amado. Es decir, Padre, que sean uno como tú y yo somos uno. Pero, mientras existan conflictos que nos llevan a ver al otro como rival, no podremos dar continuidad al mensaje de Cristo. Ser miembros de una comunidad en la que todos somos hermanos.
Sentimos necesidad del amor. Dicen los estudiosos que una de las necesidades básicas del ser humano es amar y ser amado. ¿A quién no le gusta que le apapachen en una ocasión? ¿A quién no le gusta que le digan palabras bonitas que le hagan sentir bien?... A quién no le gusta que le digan, mi chulería de persona, mi angelito, mi corazón, eres una de las riquezas de mi vida. Es que te amo porque nadie como tú... es que eres una de las maravillas de mi vida... y otras tantas que si enumeramos, terminamos mañana... Pero esta experiencia exige reciprocidad. Dar y obrar para con los otros el amor, la paz, la unidad, la fraternidad, la vida desde la experiencia de Dios.Pidamos que en los momentos de nuestra vida, el corazón sea un pozo en el que encuentran resonancia las palabras de Jesús que nos invita a amar. Que nos dice: te llamo amigo porque todo lo que he conocido de mi Padre te lo he comunicado… haz tú lo mismo. Que seamos esos discípulos que, habiendo conocido las palabras del Maestro, nos lanzamos a la experiencia de amar… capaz de dar la vida… de transmitirla… de compartirla en la experiencia de la compasión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario