4. “lembrem aos vossos irmãos e irmãs que o Reino de Deus chegou; que a justiça e a verdade são possíveis se nos abrimos à presença amorosa de Deus nosso Pai, de Cristo nosso irmão e Senhor, do Espírito Santo nosso Consolador” (…recuerden a vuestros hermanos y hermanas que el Reino de Dios llegó; que la justicia y la verdad son posibles si nos abrimos a la presencia amorosa de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro hermano y Señor y del Espíritu Santo nuestro Consolador)
Otra de las sentencias más fuertes que encontramos en los evangelios es aquella en la que los evangelistas ponen en labios de Jesús la siguiente sentencia: “No he venido a traer la paz sino la guerra. He venido a hacer violencia... El Reino de Dios es uno de violencia”(Lc.16,50). Y precisamente estamos llamados a ser profetas que anuncian y denuncian en un mundo marcado por el dolor y el sufrimiento. Por nuestro deseo de anunciar el Reino de Dios, nos preparamos, para poder dar respuestas en un mundo marcado por el dolor. Manifestamos nuestra inconformidad con las estructuras de violencia que nos afectan en la convivencia social. Dejamos entrever que queremos un estilo de vida distinto al que se nos está vendiendo. Que buscamos la construcción de una sociedad de paz como legado a las futuras generaciones. Queremos la PAZ no como la simple carencia de conflictos, sino como la identificación de todos como hermanos dentro de la gran familia que es la humanidad. Queremos este espacio en el que podamos expresarnos como hombres y mujeres; como jóvenes y niños, exigiendo una vida pacífica que no sea tronchada por la cultura que crece a nuestro alrededor y que nos exige caminar conforme sus criterios. Una cultura en la que son exaltados los “desprecios” y los “reproches” a todo el que piensa distinto tiene que ser transformada.[1] No podemos seguir respaldando con nuestros silencios, el juego de una sociedad que nos obliga a integrar como parte de nuestras vidas una tendencia irracional hacia lo violento. Donde quiere hacernos cómplices pasivos de la injusticia. Donde intenta socavar la dimensión racional de la persona para hacerla esclava de cierta apatía a la bondad. Tenemos que levantarnos como cristianos de la resurrección y gritar: ¡Basta! En el rostro que nos representa en el mundo, las estadísticas –que nos califican como números– nos dejan el mal sabor de sociedades violentas. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Qué alternativas podemos presentar desde el anuncio del Evangelio?
Estos tiempos parece que el mundo se ha convertido en una inversión de todo. Nadie sabe hacia dónde va; qué hacer o desear. Nos hemos dejado arrastrar por ideologías que nos regalan la idea de que “ser rebeldes es indicio de que estás en la onda(=de que eres “chido”, “padre”, “bacan”, etc.)”. Si piensas, actúas, vives y te expresas como los demás, estás haciendo la diferencia. En la medida en que disientas lograrás ganarte tu lugar propio en la historia. Y, no están malas las ideas, pero hay que enfocarlas en el contexto positivo. No es lo mismo ser rebelde cuando mis acciones no hacen daño a los que conviven conmigo; no es lo mismo hacer la diferencia con mi forma de pensar, actuar y obrar si está encaminada al bien común; no es lo mismo disentir, valorando al otro, y por ende, su punto de vista, para buscar una verdad común. Y esto es parte del proceso que ha de significar nuestro anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios en el mundo de hoy como religiosos/as. Tenemos la tarea, como diría Santa Catalina sobre los dominicos, el “oficio del verbo”, denunciando allí en donde se ha colado la concepción de un mundo en el que se devoran unos a otros por la lucha de poderes. Condenar el deseo de sobresalir por encima de los demás. Denunciar la búsqueda de defensa de sus derechos sin reconocer los de los demás. Otra de las funciones de nuestra experiencia de vida consagrada ha de ser la de insertar en los hombres y las mujeres de nuestro tiempo una visión de que el ser humano es capaz de vivir en sociedad. Que tiene unas implicaciones que le comprometen a un colectivo. Que no vivimos en individualidades. Que no podemos aislarnos de los demás porque constituye nuestra muerte mientras nos deshumanizamos cada vez más. “Jesús contestó: «Mi Reino no es de este mundo… Pero mi Reino no es de aquí… soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»”(Jn.18,13-17). Este Reino no se maneja bajo los criterios de los hombres. Se instaura en el corazón mismo del hombre y la mujer que se dispone a seguir sus pasos, sus enseñanzas, sus huellas. Un Reino que, a diferencia de los impuestos por los hombres, es un Reino de: 1. amor: “les mando que se amen los unos a los otros como yo mismo les he amado”; 2. que es de la Buena Noticia; 3. que exige ser anunciado: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia del Reino”; 4. que se constituye en un “aquí y ahora”, pero que encuentra su plenitud en la vida eterna en el Padre.
Otra de las sentencias más fuertes que encontramos en los evangelios es aquella en la que los evangelistas ponen en labios de Jesús la siguiente sentencia: “No he venido a traer la paz sino la guerra. He venido a hacer violencia... El Reino de Dios es uno de violencia”(Lc.16,50). Y precisamente estamos llamados a ser profetas que anuncian y denuncian en un mundo marcado por el dolor y el sufrimiento. Por nuestro deseo de anunciar el Reino de Dios, nos preparamos, para poder dar respuestas en un mundo marcado por el dolor. Manifestamos nuestra inconformidad con las estructuras de violencia que nos afectan en la convivencia social. Dejamos entrever que queremos un estilo de vida distinto al que se nos está vendiendo. Que buscamos la construcción de una sociedad de paz como legado a las futuras generaciones. Queremos la PAZ no como la simple carencia de conflictos, sino como la identificación de todos como hermanos dentro de la gran familia que es la humanidad. Queremos este espacio en el que podamos expresarnos como hombres y mujeres; como jóvenes y niños, exigiendo una vida pacífica que no sea tronchada por la cultura que crece a nuestro alrededor y que nos exige caminar conforme sus criterios. Una cultura en la que son exaltados los “desprecios” y los “reproches” a todo el que piensa distinto tiene que ser transformada.[1] No podemos seguir respaldando con nuestros silencios, el juego de una sociedad que nos obliga a integrar como parte de nuestras vidas una tendencia irracional hacia lo violento. Donde quiere hacernos cómplices pasivos de la injusticia. Donde intenta socavar la dimensión racional de la persona para hacerla esclava de cierta apatía a la bondad. Tenemos que levantarnos como cristianos de la resurrección y gritar: ¡Basta! En el rostro que nos representa en el mundo, las estadísticas –que nos califican como números– nos dejan el mal sabor de sociedades violentas. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Qué alternativas podemos presentar desde el anuncio del Evangelio?
Estos tiempos parece que el mundo se ha convertido en una inversión de todo. Nadie sabe hacia dónde va; qué hacer o desear. Nos hemos dejado arrastrar por ideologías que nos regalan la idea de que “ser rebeldes es indicio de que estás en la onda(=de que eres “chido”, “padre”, “bacan”, etc.)”. Si piensas, actúas, vives y te expresas como los demás, estás haciendo la diferencia. En la medida en que disientas lograrás ganarte tu lugar propio en la historia. Y, no están malas las ideas, pero hay que enfocarlas en el contexto positivo. No es lo mismo ser rebelde cuando mis acciones no hacen daño a los que conviven conmigo; no es lo mismo hacer la diferencia con mi forma de pensar, actuar y obrar si está encaminada al bien común; no es lo mismo disentir, valorando al otro, y por ende, su punto de vista, para buscar una verdad común. Y esto es parte del proceso que ha de significar nuestro anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios en el mundo de hoy como religiosos/as. Tenemos la tarea, como diría Santa Catalina sobre los dominicos, el “oficio del verbo”, denunciando allí en donde se ha colado la concepción de un mundo en el que se devoran unos a otros por la lucha de poderes. Condenar el deseo de sobresalir por encima de los demás. Denunciar la búsqueda de defensa de sus derechos sin reconocer los de los demás. Otra de las funciones de nuestra experiencia de vida consagrada ha de ser la de insertar en los hombres y las mujeres de nuestro tiempo una visión de que el ser humano es capaz de vivir en sociedad. Que tiene unas implicaciones que le comprometen a un colectivo. Que no vivimos en individualidades. Que no podemos aislarnos de los demás porque constituye nuestra muerte mientras nos deshumanizamos cada vez más. “Jesús contestó: «Mi Reino no es de este mundo… Pero mi Reino no es de aquí… soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»”(Jn.18,13-17). Este Reino no se maneja bajo los criterios de los hombres. Se instaura en el corazón mismo del hombre y la mujer que se dispone a seguir sus pasos, sus enseñanzas, sus huellas. Un Reino que, a diferencia de los impuestos por los hombres, es un Reino de: 1. amor: “les mando que se amen los unos a los otros como yo mismo les he amado”; 2. que es de la Buena Noticia; 3. que exige ser anunciado: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia del Reino”; 4. que se constituye en un “aquí y ahora”, pero que encuentra su plenitud en la vida eterna en el Padre.
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[1] Decía el antropólogo cristiano René Girard: “una sociedad en la que cada vez que un justo se atreva a expresarse, se le crucifica”.
[1] Decía el antropólogo cristiano René Girard: “una sociedad en la que cada vez que un justo se atreva a expresarse, se le crucifica”.
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