5. “Com generosidade e até ao heroísmo, continuai trabalhando para que na sociedade reine o amor, a justiça, a bondade, o serviço, a solidariedade conforme o carisma dos vossos fundadores. Abraçai com profunda alegria vossa consagração, que é instrumento de santificação para vocês e de redenção para vossos irmãos” (Con generosidad y heroísmo, continúen trabajando para que en la sociedad reine el amor, la justicia, la bondad, el servicio y la solidaridad conforme al carisma de vuestros fundadores. Abracen con profunda alegría vuestra consagración, que es instrumento de santificación para ustedes y de redención para vuestros hermanos.)
En el Salmo 45 se nos dice lo siguiente: “El Señor es nuestro refugio y nuestra fortaleza” (Sal.45,1). Es una invitación a no sólo identificar en nuestro caminar la presencia divina, sino a volvernos constantemente hacia Él. Este recorrido es uno arduo. Está lleno de muchos sacrificios, ¿están dispuestos a afrontarlos? Y en ese recorrido la necesidad de identificarnos, de adherirnos, de unirnos al Dios que nos llamó, es fundamental tal como sucedió con todos/as y cada uno de nuestros/as fundadores/as. Si en nuestro recorrido vocacional no correspondemos con una actitud siempre nueva, si no buscamos dar ese testimonio del Dios que obra maravillas en nosotros, tal como sucedió con cada uno de los enfermos en las diversas curaciones que nos narran los evangelios, nuestra vida se va secando hasta perder el rumbo. Y, cuando el rumbo se nos pierde, todo lo demás pierde sentido.
Nos dice el Salmo: “vengan a contemplar las maravillas que obra el Señor”. Es decir, hemos de poner nuestra mirada en Aquel que siempre se derrocha para con nosotros, que siempre está ahí, presente, atendiéndonos en la necesidad. Ello, no es menos que, estar y vivir en la presencia de Dios. Y estar en la presencia de Dios, es hacerse guiar por Él, dejarse tocar. Pero, ello tiene la exigencia de hacernos sencillos ante Dios y poner nuestra confianza en sus manos.
El encuentro del ser humano con Dios está guiado por la iniciativa divina. Es Él quien llama, es quien nos propone un proyecto, una tarea, algo. Hemos identificado ese acercarse divino en nuestra vida religiosa conforme carismas concretos. Pero, ¿cómo identificamos esa llamada? ¿En qué contexto se da? ¿Podemos afirmar que ha sido una llamada? Éstas se dan en diversos contextos y circunstancias, por personas, por la misma comunidad, por vivencias y/o experiencias que encontramos en nuestro caminar. Pero ellas, parten desde la iniciativa de Dios y no desde la nuestra. Hemos decidido corresponder a ella, no por méritos propios y/o personales, no porque seamos mejores que otros/as, sino porque nos hemos dejado guiar por Dios, hemos encontrado en Él refugio y fortaleza.
Por eso, una actitud es la respuesta que damos a esa llamada(=iniciativa divina). Esta respuesta tiene la exigencia de un corazón desprovisto de toda vanidad. Es, ponerse en las manos de Dios para que realice su obra. “Somos instrumentos en las manos del Creador” y nuestra tarea es la de dejar a Dios que obre en nosotros. Es permitir que Dios realice su obra sin poner trabas. Podemos, en muchas ocasiones, ser obstáculos para esa acción divina. Podemos correr el riesgo de endurecernos el corazón y pensarnos que todo lo merecemos, que no hay nada que necesitemos. Pero, dicha actitud va en contra de la acción divina, puesto que, nos aleja de Dios. Nos podemos sentir auto-suficientes y sentir que no necesitamos nada de parte de Dios, pues ya estamos aquí. Pero, justamente, desde aquí, necesitamos mucho más, a cada día, de la presencia de Dios. Esta “es una vida tendida hacia la incertidumbre. No sabemos en dónde estaremos mañana”, nos dirá fr. Timothy. Y precisamente, por ello, necesitamos refugiarnos en el Padre, para que nos guíe y llene. Si no nos dejamos llenar de Él, no tendremos nada que dar. Y si no tenemos nada que dar, no tiene sentido de que dejemos nuestra vida en lo que hacemos. Por el contrario, nuestro encuentro con Dios, nuestra identificación de las maravillas que Dios obra en nosotros, deben ser testimonio vivo. Deben ser comunicadas. Al recibir los beneficios divinos darlos a conocer. Transmitirlos. Compartirlos. Dar vida a lo que hemos vivido y experimentado.
Elevemos nuestras oraciones para que el mismo Dios que ha iniciado una obra en nuestras vidas la lleve a feliz término. Y para que asumamos fiel y radicalmente este proyecto. Que en los momentos de nuestra vida, cuando nos asalte la pérdida de sentido, cuando nos apresen las “crisis”, encontremos en Dios el refugio y fortaleza para llegar a la meta, guiados por su mano.
En el Salmo 45 se nos dice lo siguiente: “El Señor es nuestro refugio y nuestra fortaleza” (Sal.45,1). Es una invitación a no sólo identificar en nuestro caminar la presencia divina, sino a volvernos constantemente hacia Él. Este recorrido es uno arduo. Está lleno de muchos sacrificios, ¿están dispuestos a afrontarlos? Y en ese recorrido la necesidad de identificarnos, de adherirnos, de unirnos al Dios que nos llamó, es fundamental tal como sucedió con todos/as y cada uno de nuestros/as fundadores/as. Si en nuestro recorrido vocacional no correspondemos con una actitud siempre nueva, si no buscamos dar ese testimonio del Dios que obra maravillas en nosotros, tal como sucedió con cada uno de los enfermos en las diversas curaciones que nos narran los evangelios, nuestra vida se va secando hasta perder el rumbo. Y, cuando el rumbo se nos pierde, todo lo demás pierde sentido.
Nos dice el Salmo: “vengan a contemplar las maravillas que obra el Señor”. Es decir, hemos de poner nuestra mirada en Aquel que siempre se derrocha para con nosotros, que siempre está ahí, presente, atendiéndonos en la necesidad. Ello, no es menos que, estar y vivir en la presencia de Dios. Y estar en la presencia de Dios, es hacerse guiar por Él, dejarse tocar. Pero, ello tiene la exigencia de hacernos sencillos ante Dios y poner nuestra confianza en sus manos.
El encuentro del ser humano con Dios está guiado por la iniciativa divina. Es Él quien llama, es quien nos propone un proyecto, una tarea, algo. Hemos identificado ese acercarse divino en nuestra vida religiosa conforme carismas concretos. Pero, ¿cómo identificamos esa llamada? ¿En qué contexto se da? ¿Podemos afirmar que ha sido una llamada? Éstas se dan en diversos contextos y circunstancias, por personas, por la misma comunidad, por vivencias y/o experiencias que encontramos en nuestro caminar. Pero ellas, parten desde la iniciativa de Dios y no desde la nuestra. Hemos decidido corresponder a ella, no por méritos propios y/o personales, no porque seamos mejores que otros/as, sino porque nos hemos dejado guiar por Dios, hemos encontrado en Él refugio y fortaleza.
Por eso, una actitud es la respuesta que damos a esa llamada(=iniciativa divina). Esta respuesta tiene la exigencia de un corazón desprovisto de toda vanidad. Es, ponerse en las manos de Dios para que realice su obra. “Somos instrumentos en las manos del Creador” y nuestra tarea es la de dejar a Dios que obre en nosotros. Es permitir que Dios realice su obra sin poner trabas. Podemos, en muchas ocasiones, ser obstáculos para esa acción divina. Podemos correr el riesgo de endurecernos el corazón y pensarnos que todo lo merecemos, que no hay nada que necesitemos. Pero, dicha actitud va en contra de la acción divina, puesto que, nos aleja de Dios. Nos podemos sentir auto-suficientes y sentir que no necesitamos nada de parte de Dios, pues ya estamos aquí. Pero, justamente, desde aquí, necesitamos mucho más, a cada día, de la presencia de Dios. Esta “es una vida tendida hacia la incertidumbre. No sabemos en dónde estaremos mañana”, nos dirá fr. Timothy. Y precisamente, por ello, necesitamos refugiarnos en el Padre, para que nos guíe y llene. Si no nos dejamos llenar de Él, no tendremos nada que dar. Y si no tenemos nada que dar, no tiene sentido de que dejemos nuestra vida en lo que hacemos. Por el contrario, nuestro encuentro con Dios, nuestra identificación de las maravillas que Dios obra en nosotros, deben ser testimonio vivo. Deben ser comunicadas. Al recibir los beneficios divinos darlos a conocer. Transmitirlos. Compartirlos. Dar vida a lo que hemos vivido y experimentado.
Elevemos nuestras oraciones para que el mismo Dios que ha iniciado una obra en nuestras vidas la lleve a feliz término. Y para que asumamos fiel y radicalmente este proyecto. Que en los momentos de nuestra vida, cuando nos asalte la pérdida de sentido, cuando nos apresen las “crisis”, encontremos en Dios el refugio y fortaleza para llegar a la meta, guiados por su mano.
Padre, aquí estamos;
en esta sociedad que en ocasiones me impide escuchar tu voz,
en esta historia que nos oculta, que nos esconde,
que nos roba los ecos de Tus palabras,
¡Asístenos!,
¡Ayúdanos a escuchar y discernir tu mensaje!,
¡Concédenos la paz para traducir tu hablar en mi hablar!,
haznos sencillos/as para caminar conforme a tus designios,
queremos escuchar tu voz en nuestros pasos
que viajan en momentos de sin sentido.
¡Queremos escuchar Tu voz!
Que nada la opaque en las sombras perdiéndola en el vacío,
que aprendamos lo simple de dejarte hablar en tu voluntad y no en la nuestra.
Padre,
¡Que no se calle tu voz! ¡Que no se silencie!
Mira que nuestro ser rebosa cuando Tú nos hablas,
¡Ayúdanos y danos las fuerzas para gritar!,
para responder,
para proclamar tu voz…con nuestras voces…
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