Hablar de vocación en nuestros tiempos puede tener diversas connotaciones. Sin embargo, la que hemos de tratar en el presente: es “la vocación como respuesta al proyecto de vida desde el evangelio”. Es decir, la dinámica que se da entre Dios y el ser humano: “llamada” y “respuesta”.
La tradición bíblica nos presenta a un Dios que constantemente se acerca al ser humano. Se comunica y le habla con un lenguaje inteligible para proponerle un proyecto concreto. Esta llamada surge de la iniciativa amorosa del Dios que se revela y se da a conocer. Propone un plan de vida respetando la libertad del ser humano. El hombre y la mujer de nuestros tiempos, son invitados, interpelados a seguir dicho camino, a responder desde su propio contexto, desde su propia realidad. Pero, de nada vale que Dios hable si el ser humano no responde y se hace de oídos sordos. Por tanto, al hombre corresponde la tarea de discernir desde su proceso histórico, los pasos a seguir para responder de forma afirmativa al proyecto que se le ha presentado. Habrá dudas en la mayoría de los casos. ¿Realmente Dios quiere que yo realice esto? ¿Será este el camino al que me llama? ¿Seré feliz? Y, ¿si me llama a otro estado de vida?
Una de las premisas fundamentales dentro del proceso vocacional es la felicidad. Dios llama al ser humano para la felicidad. Esta llamada se da en diversas circunstancias dentro de la vida de quien es llamado por Dios. Sin embargo, a veces esperamos que “baje él mismo a decirnos, mira mi’jo, ven por aquí”... “te quiero aquí”... pero, ¡no! Escapamos las ocasiones en que se nos piden respuestas. No se quiere escuchar porque es algo que me compromete la vida. Aparece como un proyecto demasiado grande, que me da temor. Porque, ¿quién puede saber a qué forma de vida debo dedicarme? Esta es una de las preguntas que aparecen en la inquietud inicial. Es un proyecto, un estilo de vida en el que se quiere dar sentido. Y éste que se da a la vida y a la existencia personal desde el proyecto del evangelio es lo que llamamos “proyecto vocacional”. Se discierne a partir de los diversos contactos con el Dios de Jesucristo que nos marca y nos interpela a caminar según sus pasos. Quizás es la primera llamada que recibimos muchos de nosotros por parte de Dios. Ahora bien, ¿en dónde identifico el lugar al que Dios me quiere llevar? ¿Cómo lo hago? Aunque no desarrollo en este momento dichos interrogantes, los propongo con el fin de “crear un problema vocacional’. Una CRISIS VOCACIONAL: ¿por qué siento que Dios me llama? ¿Qué elementos identifico en mi diario acontecer, desde los cuales identifico la voz de Dios?
La llamada de Dios es en primer lugar a la vida. Es la principal vocación a la que somos llamados. Hemos de edificar la misma desde el evangelio y encaminarla a la tarea del Reino para la felicidad. Dicen algunos que aquello que no te hace feliz no viene de Dios. Y la vocación a la vida es una a la felicidad. Ésta surge a partir de la respuesta dada. Es la respuesta al “ser del mundo sin estar en el mundo” de los evangelios, que se rescata el apóstol Pablo, como resultado de su vocación.
Pero, ésta (vocación a la vida) está inserta en el aquí y ahora de la persona. No refiere al pasado ni al futuro: ¡es en el momento actual! donde con todo el ser, se decide y opta en responder de forma afirmativa a la llamada divina. “Quien quiera guardar su vida la perderá, pero quien la pierda por mi causa y por el Evangelio la salvará”(Mc.8,35). ¿Qué respuestas doy en mi discernimiento de la vocación? ¿A dónde descubro que Dios me llama?
Dentro de este marco de llamada y respuesta hacia la vida podemos distinguir entre muchas: la llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada, a la vida matrimonial, a la vida en un instituto de vida apostólica, a la vida en el estado laical… Cada una con sus fundamentos propios y su aporte específico al acontecer de la vida de la Iglesia. Cada estado con sus carismas concretos donan de sí, por la llamada divina, a la construcción del Reino, al servicio del pueblo.
Pero, bien, hemos de elevar nuestra oración por las vocaciones sacerdotales y a la vida religiosa. Es un tiempo para orar al Padre que llame trabajadores a su viña. Hombres y mujeres que se constituyan en santidad desde la experiencia de la vida en la que lleguen a explorar la vida interior y exterior desde la unión con Dios. Es decir, que se abran a la posibilidad del Dios que llama con nombre y apellido, para que hable al corazón. Hombres y mujeres capaces de caminar conforme sus proyectos en el ideal de vida al que han sido convocados. Personas fuertes que en las ocasiones en que aparece dicha forma de vida como “imposible”, sean capaces de negarse a sí mismos para continuar en la reafirmación de la respuesta dada. Quizás sintamos desánimo en ocasiones porque, cuando más seguros nos sentíamos en nuestros proyectos, los mismos cambiaron de la noche a la mañana sin que pudiésemos evitarlo. Pero, lo fundamental –esa búsqueda de Dios en la que nos encontramos con nosotros en la experiencia de la comunidad en la que vivimos–. Nos queda, entonces, como tesoro invaluable: la manifestación amorosa de Quien nos invitó a continuar su obra mediante un estilo de vida concreto. Esta tarea exige de nosotros: 1/ una capacidad enorme para el amor; 2/ que dediquemos tiempo para caminar en nuestra experiencia personal de Dios; 3/ que nos concedamos el tiempo para contemplar desde el interior aquellas cosas que llevan a transmitir los frutos de un encuentro personal con Dios.
En el mundo actual, consecuencia de las diversas corrientes ideológicas que intentan dar al hombre definiciones en su entorno social, puede sonar contradictorio: compromiso y libertad. Son entendidos en forma opuesta. Pero, en la medida que el compromiso surge como la respuesta sincera y libre a la llamada divina, la libertad se torna en júbilo para decir: ¡Bueno, creo que Dios me llama a este proyecto vocacional y quiero vivir esa aventura! Claro, requiere también la misma libertad para decir: ¡Mira, he descubierto que Dios me llama a otro estilo de vida! Y, cuando por medio de la oración y el acompañamiento me abro a la experiencia del Dios que obra y se manifiesta en mi ser me aventuro a la loca alegría de responder a la llamada que Dios me ha hecho;¡plenamente feliz! ¡Recuerden la importancia de la felicidad en este proyecto! Y aún más, el discernimiento de la voluntad de Dios. No somos nosotros quienes elegimos un proyecto de vida; es el mismo Dios quien nos lo propone y nos va asistiendo en la búsqueda y desarrollo del mismo.
Ven y verás es la invitación que hace Jesús en los Evangelios. Ven a experimentar nuestro género de vida en las diversas formas. Ven a conocernos; a descubrir las riquezas que Dios ha suscitado al servicio del pueblo. Pero, has de tener un espíritu de apertura y riesgo. Estar en la disposición de dejarte herir. De hacerte vulnerable, permitiendo que Dios hable y despierte en tu ser una respuesta. Debes estar en la disposición de conocer e intuir si en tu forma personal de ser y comprender la vida puedes encajar en el proyecto al que te sientes llamado. Te digo, ¡no es fácil!, pero es una riqueza dentro de la vida de la Iglesia al servicio de la palabra y la verdad revelada en Jesucristo. Ven y verás... Descubre la llamada que Dios te hace...
La tradición bíblica nos presenta a un Dios que constantemente se acerca al ser humano. Se comunica y le habla con un lenguaje inteligible para proponerle un proyecto concreto. Esta llamada surge de la iniciativa amorosa del Dios que se revela y se da a conocer. Propone un plan de vida respetando la libertad del ser humano. El hombre y la mujer de nuestros tiempos, son invitados, interpelados a seguir dicho camino, a responder desde su propio contexto, desde su propia realidad. Pero, de nada vale que Dios hable si el ser humano no responde y se hace de oídos sordos. Por tanto, al hombre corresponde la tarea de discernir desde su proceso histórico, los pasos a seguir para responder de forma afirmativa al proyecto que se le ha presentado. Habrá dudas en la mayoría de los casos. ¿Realmente Dios quiere que yo realice esto? ¿Será este el camino al que me llama? ¿Seré feliz? Y, ¿si me llama a otro estado de vida?
Una de las premisas fundamentales dentro del proceso vocacional es la felicidad. Dios llama al ser humano para la felicidad. Esta llamada se da en diversas circunstancias dentro de la vida de quien es llamado por Dios. Sin embargo, a veces esperamos que “baje él mismo a decirnos, mira mi’jo, ven por aquí”... “te quiero aquí”... pero, ¡no! Escapamos las ocasiones en que se nos piden respuestas. No se quiere escuchar porque es algo que me compromete la vida. Aparece como un proyecto demasiado grande, que me da temor. Porque, ¿quién puede saber a qué forma de vida debo dedicarme? Esta es una de las preguntas que aparecen en la inquietud inicial. Es un proyecto, un estilo de vida en el que se quiere dar sentido. Y éste que se da a la vida y a la existencia personal desde el proyecto del evangelio es lo que llamamos “proyecto vocacional”. Se discierne a partir de los diversos contactos con el Dios de Jesucristo que nos marca y nos interpela a caminar según sus pasos. Quizás es la primera llamada que recibimos muchos de nosotros por parte de Dios. Ahora bien, ¿en dónde identifico el lugar al que Dios me quiere llevar? ¿Cómo lo hago? Aunque no desarrollo en este momento dichos interrogantes, los propongo con el fin de “crear un problema vocacional’. Una CRISIS VOCACIONAL: ¿por qué siento que Dios me llama? ¿Qué elementos identifico en mi diario acontecer, desde los cuales identifico la voz de Dios?
La llamada de Dios es en primer lugar a la vida. Es la principal vocación a la que somos llamados. Hemos de edificar la misma desde el evangelio y encaminarla a la tarea del Reino para la felicidad. Dicen algunos que aquello que no te hace feliz no viene de Dios. Y la vocación a la vida es una a la felicidad. Ésta surge a partir de la respuesta dada. Es la respuesta al “ser del mundo sin estar en el mundo” de los evangelios, que se rescata el apóstol Pablo, como resultado de su vocación.
Pero, ésta (vocación a la vida) está inserta en el aquí y ahora de la persona. No refiere al pasado ni al futuro: ¡es en el momento actual! donde con todo el ser, se decide y opta en responder de forma afirmativa a la llamada divina. “Quien quiera guardar su vida la perderá, pero quien la pierda por mi causa y por el Evangelio la salvará”(Mc.8,35). ¿Qué respuestas doy en mi discernimiento de la vocación? ¿A dónde descubro que Dios me llama?
Dentro de este marco de llamada y respuesta hacia la vida podemos distinguir entre muchas: la llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada, a la vida matrimonial, a la vida en un instituto de vida apostólica, a la vida en el estado laical… Cada una con sus fundamentos propios y su aporte específico al acontecer de la vida de la Iglesia. Cada estado con sus carismas concretos donan de sí, por la llamada divina, a la construcción del Reino, al servicio del pueblo.
Pero, bien, hemos de elevar nuestra oración por las vocaciones sacerdotales y a la vida religiosa. Es un tiempo para orar al Padre que llame trabajadores a su viña. Hombres y mujeres que se constituyan en santidad desde la experiencia de la vida en la que lleguen a explorar la vida interior y exterior desde la unión con Dios. Es decir, que se abran a la posibilidad del Dios que llama con nombre y apellido, para que hable al corazón. Hombres y mujeres capaces de caminar conforme sus proyectos en el ideal de vida al que han sido convocados. Personas fuertes que en las ocasiones en que aparece dicha forma de vida como “imposible”, sean capaces de negarse a sí mismos para continuar en la reafirmación de la respuesta dada. Quizás sintamos desánimo en ocasiones porque, cuando más seguros nos sentíamos en nuestros proyectos, los mismos cambiaron de la noche a la mañana sin que pudiésemos evitarlo. Pero, lo fundamental –esa búsqueda de Dios en la que nos encontramos con nosotros en la experiencia de la comunidad en la que vivimos–. Nos queda, entonces, como tesoro invaluable: la manifestación amorosa de Quien nos invitó a continuar su obra mediante un estilo de vida concreto. Esta tarea exige de nosotros: 1/ una capacidad enorme para el amor; 2/ que dediquemos tiempo para caminar en nuestra experiencia personal de Dios; 3/ que nos concedamos el tiempo para contemplar desde el interior aquellas cosas que llevan a transmitir los frutos de un encuentro personal con Dios.
En el mundo actual, consecuencia de las diversas corrientes ideológicas que intentan dar al hombre definiciones en su entorno social, puede sonar contradictorio: compromiso y libertad. Son entendidos en forma opuesta. Pero, en la medida que el compromiso surge como la respuesta sincera y libre a la llamada divina, la libertad se torna en júbilo para decir: ¡Bueno, creo que Dios me llama a este proyecto vocacional y quiero vivir esa aventura! Claro, requiere también la misma libertad para decir: ¡Mira, he descubierto que Dios me llama a otro estilo de vida! Y, cuando por medio de la oración y el acompañamiento me abro a la experiencia del Dios que obra y se manifiesta en mi ser me aventuro a la loca alegría de responder a la llamada que Dios me ha hecho;¡plenamente feliz! ¡Recuerden la importancia de la felicidad en este proyecto! Y aún más, el discernimiento de la voluntad de Dios. No somos nosotros quienes elegimos un proyecto de vida; es el mismo Dios quien nos lo propone y nos va asistiendo en la búsqueda y desarrollo del mismo.
Ven y verás es la invitación que hace Jesús en los Evangelios. Ven a experimentar nuestro género de vida en las diversas formas. Ven a conocernos; a descubrir las riquezas que Dios ha suscitado al servicio del pueblo. Pero, has de tener un espíritu de apertura y riesgo. Estar en la disposición de dejarte herir. De hacerte vulnerable, permitiendo que Dios hable y despierte en tu ser una respuesta. Debes estar en la disposición de conocer e intuir si en tu forma personal de ser y comprender la vida puedes encajar en el proyecto al que te sientes llamado. Te digo, ¡no es fácil!, pero es una riqueza dentro de la vida de la Iglesia al servicio de la palabra y la verdad revelada en Jesucristo. Ven y verás... Descubre la llamada que Dios te hace...
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