La oración es aquel diálogo entre Dios y yo, donde siempre Dios se muestra, se devela, se expresa como un tú que es siempre yo. Ahora, ¿cómo debe ser nuestra oración? ¿Cómo es nuestro acercarnos a Dios? El evangelista san Mateo nos propone, por labios de Jesús, lo siguiente: “cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”(Mt.6,6). Y pese a que la invitación “entrar en tu aposento” es una cita veterotestamentaria procedente de Isaías 26,20 donde Dios invita al pueblo a entrar en sus cámaras y esconderse allí hasta que pase la ira, en Mateo adquiere un sentido similar. Aquella expresión: “entrar al aposento y cerrar la puerta” ¿qué significado tiene? A menudo tenemos la idea de tomar o leer en forma literal y pensar que es en un cuarto oscuro, encerrarnos allí y no salir, para encontrar a Dios. Pero, la realidad es que la referencia no es tanto a una habitación física –pues conocemos en nuestros días que en aquellos tiempos todos los miembros de la familia dormían en un solo recinto, lo que hacía imposible que alguien se encerrara allí–. La referencia es más bien una figura simbólica para “recinto interior” –como las Moradas interiores de que nos habla Santa Teresa de Jesús y que llama Castillo Interior–. De esta forma, entrar en el aposento es “entrar hacia sí”, “acercarse al interior” despojados y desposeídos de todo lo que pueda impedir la escucha de la voz divina. De Aquel que me habla al corazón mismo. Es adentrarse para dejar a Dios hablar. Para comunicarme con Él de “Tú a tú” en un acto de libertad. Sin cuestiones rebuscadas. Sin palabrerías que quieran hacer y/o manipular la voz divina escuchando lo que quiero oír y no lo que me dice; porque no corresponde a mis deseos. A menudo asumimos dicha postura: hacemos o más bien, queremos hacer a Dios que diga lo que quiero. Asumo eso como la “voluntad” de Aquel. ¿Cuál es la voluntad divina que identifico en mi ser?
La oración es una actitud sencilla. Es acercarnos a Dios con alma desprovista de todo para que nos hable. Es hablar y escuchar. Pero, sobretodo, ¡escuchar! Los discípulos sienten esa necesidad y se acercan a Jesús: “enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”(Lc.11,1), como diciendo: “Tú te comunicas con el Padre, nosotros también tenemos esa necesidad, sentimos también deseos de escucharlo, de comunicarnos con Él. Enséñanos ese otro modo. No sabemos hacerlo por nuestra cuenta, pero si nos enseñas…” Y les dice: “cuando oren, digan así…”(Lc.11,1). Miren que no les dice: “cuando oren, usen esto o aquello, sino que les dice: ¡digan así! Es decir, entren a ustedes mismos y dejen hablar al interior. Que cante las maravillas con que Dios se ha derrochado para con ustedes por su acto de amor. Abran su ser completo a la escucha del Padre. Y precisamente es a esta experiencia del Padre a la que los/ nos invita. A escuchar, a acercarse al encuentro de Dios y de los hombres. Encuentro con Dios(=el Padre amoroso y fiel de que nos habla la parábola del Hijo pródigo); encuentro con los hombres(=en los que se devela Dios mismo, en los que se muestra cercano: “El que me ve a mi, ve también al Padre”(Jn.14,9) y para descubrir el rostro de Cristo hay que mirar al hermano, al otro, al que es idéntico, igual… semejante a mí).
El Padrenuestro es una oración de encuentro. En ella nos despojamos de todo lo que no es Dios y nos abrimos a una experiencia netamente evangélica, culmen de las enseñanzas de “quien pasó siempre haciendo el bien”(Hch.10,38) Y podemos decir por ello que es poseedora de los contenidos evangélicos puesto que nos enseña:
a llamar a Dios Padre
a santificar su nombre
a pedir que venga su Reino
a que se haga su voluntad tanto en la tierra como en el cielo
a pedir que nos dé el pan de cada día
a pedir el perdón
a pedir que no nos deje caer en la tentación
a pedir que nos libre de todo mal.
jueves, 31 de mayo de 2007
EL PADRENUESTRO: ENCUENTRO CON DIOS Y CON EL HOMBRE (1 de 6)
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