¿Quién será la mujer que a tantos inspiró?... dice uno de los himnos conocido por todos en las prácticas de la piedad popular. María debe ser modelo de vida para todo cristiano. Es la mujer-discípula que nos enseña con su propia vida un ejemplo de confianza en el Padre. Es la hermana que nos invita a ponernos libremente y sin ataduras en las súplicas de Aquel su hijo, con la certeza de que obrará sin miramientos: “hagan lo que él les diga” (Jn.2,5). Es la amiga que intercede por cada uno de nosotros en las dificultades de nuestras vidas, cuando el desánimo y la tristeza se apoderan de nuestros sentimientos. Es la mujer que está a la espera en el silencio, desde el cual se dibuja un grito que evoca en nuestros corazones una única sentencia: “he aquí la sierva del Señor, hágase en mi ser(=es decir, en mi persona) según su palabra(=es decir, según su voluntad)(Lc.1,38). Como queriendo decir, en un preámbulo a lo que dirá el Hijo en el Huerto de los Olivos: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero que se haga lo que tú quieres y no lo que yo quiero” (Lc.22,42). Soy simplemente tu siervo. Haz –cumple– en todo lo que soy, el proyecto que tienes preparado; lo que has dispuesto.
Los documentos de la Iglesia nos invitan a contemplar en la figura de María los motivos de la entrega fiel a la voluntad divina. Es la fidelidad que se renueva a cada instante, y que se extiende hasta el final, aún más allá del propio dolor. Es la conducción de un proyecto de vida desde el Creador, a sabiendas que “una espada atravesará tu alma” (Lc.2,35), pero que no se desanima, sino al contrario, busca refugio en quien le ha mirado desde su iniciativa amorosa. Si él llama, capacita para feliz término la obra. María nos enseña con su vida esta verdad. No está en nuestras manos realizar lo que hacemos, sino que todo, es porque el Padre eterno nos permite hacerlo. “Nada sucede ni en el cielo ni en la tierra sin que el Padre eterno lo disponga”. María nos testimonia esto con su vida. Por eso, la Iglesia ha visto en ella a la discípula de Jesús que es modelo de fidelidad en el seguimiento de este. Y, que nos invita a lanzarnos a la experiencia de caminar conforme a la voluntad de Aquel que nos amó primero sin que nosotros hiciésemos nada para merecerlo. Simplemente porque él nos amó antes, nos expone un proyecto de vida. Pero, corresponde al ser humano, la reciprocidad de este amor con libertad y sencillez de corazón. Sabiendo que es el mismo Dios quien realiza la obra y nosotros no somos más que: “servidores “inútiles” que no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”.
María es el modelo de la esperanza. La mujer que se arroja libre y espontáneamente a los brazos de su Creador, confiando plenamente en su palabra. La mujer que no se niega a escuchar la voz del Padre que se le acerca con una invitación; con la propuesta de un proyecto, mediante el cual realizará el plan de salvación en una Nueva Alianza: Jesucristo. Quizás escapaba a los planes personales de ella, pero los hace a un lado y no deja menos claro que: “se haga en mí su voluntad”. Es decir, todo lo que yo puedo desear, lo que yo puedo querer es nada comparado con tu voluntad. Eso que has dispuesto tiene que cumplirse. ¿Quién soy yo para oponerse a tus designios? ¿Quién soy yo para decir NO a mi Señor? Con ello hace realidad en su ser, parte del testamento del Hijo en la Última Cena con sus amigos: “recuerden que, no es el siervo más que su señor”(Jn.15,20).
María es la mujer que nos inspira, tal como dice el himno María es, esa mujer. Es la madre que en medio del dolor se expresa total, libre y radicalmente al Padre. Es la mujer-madre que el hijo nos entrega desde la cruz para que nos acompañe en su seguimiento: “Ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre” (Jn.19,26-27). Es la mujer que se ofrece y nos recibe por mandato de su Hijo, en el Calvario. Es la mujer callada, pero que desde su silencio grita con el ejemplo, un llamado a descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas; a dejarnos en sus manos; a ponernos como instrumentos y herramientas en la tarea de construcción de su Reino, el cual no es de este mundo(=es decir, que no cumple con las normas humanas, sino que trasciende/ va más allá de los criterios humanos) para que se haga conforme su voluntad y no la nuestra, porque “su Reino es de la Verdad, y todo el que escucha la verdad; que sigue la misma, escucha su voz. Y si le escucha, es su discípulo” (Jn.18,37). Por ello, María es el modelo de esta escucha. Pues, vivió conforme a la voz de la verdad: la palabra de Dios en medio de nosotros.
María, es ejemplo para el creyente. Su enseñanza se extiende más allá de un simple hacer. Es la madre que se hace hija; es la madre que se hace discípula fiel del fruto de su vientre. Aquel que es su Señor. De aquel que viene a visitarla y que se hace por medio de ella en la condición humana, para desde la propia humanidad, redimir al ser humano del pecado. Es la mujer que nos enseña a elevar una oración de confianza al Padre, y junto con nosotros, presenta las súplicas por medio de Jesús. Es decir, ella se pone de nuestra parte, para junto con nosotros, elevar como ofrendas por medio de Cristo las propias vidas.
María es testimonio de fidelidad. Es la radicalidad de un sí que se manifiesta por siempre. Que mueve a entregarse en una tarea que se irá develando a través del tiempo, mientras medita todas y cada una de las cosas en su interior. Porque, “los planes del Señor no son nuestros planes” porque, como dice Pablo “hacemos lo que no queremos y lo que queremos hacer, no lo hacemos” y esto escapa a nuestra voluntad, ya que “es Dios quien realiza la obra”. Es la fidelidad que se torna en la confianza radical en que algo sucederá por medio de su Hijo. Dios está continuamente obrando en la historia. Y este Dios que se ha manifestado no se queda silencioso y sordo ante el dolor del ser humano; al contrario, desde su ser, deja escuchar su voz a favor del Hijo: “este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt.3,17). Y, María supo cumplir muy bien con esta tarea: “se percataron de que afuera estaban su madre y sus discípulos y se lo dijeron. Jesús dice: mi madre y mis discípulos son estos: quienes escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc.8,20-21). En esto María es pionera. Escuchó la voz del Señor y la puso en práctica. Se hizo en Dios, modelo de este seguimiento; de esta escucha porque: “dichosos los pechos que te amamantaron y el vientre que te llevó”. Pues, yo les digo que: “dichoso aquel que pone su confianza en la palabra del Señor” (Lc.11,27-28). Lo que hizo María. Por eso, llama la atención y evoca al sentimiento en el filme de Gibson, el momento en que manifiesta a María, en la Pasión: “ya ves, Madre, estoy haciendo que todas las cosas se hagan nuevas”. Porque, ¿quién mejor que ella entre los humanos para comprenderlo? Aunque dicen los evangelios que en el momento de la Anunciación quedó turbada, el mismo Dios que se le acercó por medio del anuncio del ángel le irá capacitando para que siga descubriendo en su ser lo que es su voluntad. Por eso, ella es entre todos, el ejemplo de los “pobres de Yahvé” porque en ella se refleja el corazón que no se ata a las riquezas y ambiciones personales, sino que se extiende a los designios divinos. ¡Qué mejor riqueza para el ser humano que escuchar la voz divina y ponerla en práctica! ¡Qué mejor ejemplo que este de María en ser escuchas de la palabra de Dios!
María es modelo de sencillez. No se gloría por la elección recibida por parte de Dios. Aquel que mira y “sondea los corazones humanos” elige desde su iniciativa amorosa para la realización de un proyecto concreto. Él, que “conoce los corazones, que sondea hasta lo profundo del ser humano”, descubre en nosotros la posibilidad para realizar su designio. Y, siempre escruta hasta lo más íntimo de nosotros que es un ahora que se extiende fuera del tiempo para Sí. Siempre hallará un espacio para realizar su obra, pero sin anular la libertad humana. Por eso en los proyectos propone, pero no impone. ¡Qué ejemplo de sencillez! Has sido elegida para madre de nuestro Salvador y sólo expresas: he aquí la esclava. La mujer que ha encontrado gracia(=es decir, un amor especial por parte de Dios) por lo que te elige, no pone condiciones. Simplemente se hace sencilla y humilde ante un anuncio inmenso. Por eso puede decir; gritar, exclamar con toda razón: “proclama mi alma la grandeza del Señor porque ha mirado la pequeñez de su esclava” (Lc.1,48). Es decir, tengo que realizar por siempre las alabanzas a mi Señor; mi Dios, porque Él, siendo Dios, Creador de todo; principio y fin, no se ha revestido de grandezas y se ha fijado en mí, que soy nada ante él. Por eso, ¡no me resta más que cantar y dar glorias por su inmenso nombre!
Luego, María es la mujer del cántico del Magnificat (Lc.1,46-55). Es la alabanza que surge desde el corazón sencillo que simplemente explora las proezas que el mismo Dios ha realizado en medio de la historia humana. Es el sustento que nos dirige en nuestro caminar a revisar constantemente lo que realizamos y referirlo al mismo Padre, porque: a/ realiza siempre sus obras en nosotros; b/ su nombre es grande, y no se gloría en Él, sino que se abaja hasta la tierra para mirar al ser humano desde su amor; c/ por ello, debe alegrarse nuestro espíritu en su nombre, porque las maravillas que realiza son inmensas y nada podríamos Él; d/ su misericordia no tiene medida, ya que “tanto amó al mundo(=ser humano) que entregó a su Hijo Único”; e/ por ello, todas las generaciones deben entonar en su nombre los cánticos de alabanza, pues aquel que no necesita del ser humano, se comparte con este y le extiende su acción amorosa; le hace partícipe de la obra de sus manos; f/ aunque, se muestra duro con los poderosos, derribándolos de sus tronos, pues se glorían en su fuerza; g/ por ello, engrandece a los humildes, a quienes se hacen sencillos para contemplar su rostro, y no encuentran mayor riqueza que estar a la escucha de su palabra; h/ cumple su promesa por siempre, de generación en generación y su salvación se extiende por todos los siglos. En este contexto María es modelo en la Iglesia, que nos enseña la confianza en Aquel a quien se tributa todo honor y gloria. Por eso, y con razón, ella puede cantar junto con el Antiguo Testamento la grandeza del Señor por siempre.Señor Jesús, tú que quisiste nacer de María virgen, quien en la confianza en el Padre se hizo sierva, abriendo su ser a tus designios. Ella que es ejemplo de fidelidad; de entrega, de radicalidad en la escucha y el cumplimiento de tus palabras. Que se muestra en tu ser, ejemplo para el cristiano; que nos invita a confiar; que nos invita a hacer lo que nos dices; que desde el silencio nos permite descubrir que hemos de fundamentar nuestras confianzas en ti, acoge nuestras súplicas, y ruega por nosotros hoy y siempre, para que por medio tu intercesión, podamos cumplir fielmente con el proyecto del Reino. Que seamos testigos de la verdad. Que vivamos conforme a tu mandato. Que elevemos nuestra alabanza al Padre. Que nos gloriemos sólo en ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Los documentos de la Iglesia nos invitan a contemplar en la figura de María los motivos de la entrega fiel a la voluntad divina. Es la fidelidad que se renueva a cada instante, y que se extiende hasta el final, aún más allá del propio dolor. Es la conducción de un proyecto de vida desde el Creador, a sabiendas que “una espada atravesará tu alma” (Lc.2,35), pero que no se desanima, sino al contrario, busca refugio en quien le ha mirado desde su iniciativa amorosa. Si él llama, capacita para feliz término la obra. María nos enseña con su vida esta verdad. No está en nuestras manos realizar lo que hacemos, sino que todo, es porque el Padre eterno nos permite hacerlo. “Nada sucede ni en el cielo ni en la tierra sin que el Padre eterno lo disponga”. María nos testimonia esto con su vida. Por eso, la Iglesia ha visto en ella a la discípula de Jesús que es modelo de fidelidad en el seguimiento de este. Y, que nos invita a lanzarnos a la experiencia de caminar conforme a la voluntad de Aquel que nos amó primero sin que nosotros hiciésemos nada para merecerlo. Simplemente porque él nos amó antes, nos expone un proyecto de vida. Pero, corresponde al ser humano, la reciprocidad de este amor con libertad y sencillez de corazón. Sabiendo que es el mismo Dios quien realiza la obra y nosotros no somos más que: “servidores “inútiles” que no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”.
María es el modelo de la esperanza. La mujer que se arroja libre y espontáneamente a los brazos de su Creador, confiando plenamente en su palabra. La mujer que no se niega a escuchar la voz del Padre que se le acerca con una invitación; con la propuesta de un proyecto, mediante el cual realizará el plan de salvación en una Nueva Alianza: Jesucristo. Quizás escapaba a los planes personales de ella, pero los hace a un lado y no deja menos claro que: “se haga en mí su voluntad”. Es decir, todo lo que yo puedo desear, lo que yo puedo querer es nada comparado con tu voluntad. Eso que has dispuesto tiene que cumplirse. ¿Quién soy yo para oponerse a tus designios? ¿Quién soy yo para decir NO a mi Señor? Con ello hace realidad en su ser, parte del testamento del Hijo en la Última Cena con sus amigos: “recuerden que, no es el siervo más que su señor”(Jn.15,20).
María es la mujer que nos inspira, tal como dice el himno María es, esa mujer. Es la madre que en medio del dolor se expresa total, libre y radicalmente al Padre. Es la mujer-madre que el hijo nos entrega desde la cruz para que nos acompañe en su seguimiento: “Ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre” (Jn.19,26-27). Es la mujer que se ofrece y nos recibe por mandato de su Hijo, en el Calvario. Es la mujer callada, pero que desde su silencio grita con el ejemplo, un llamado a descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas; a dejarnos en sus manos; a ponernos como instrumentos y herramientas en la tarea de construcción de su Reino, el cual no es de este mundo(=es decir, que no cumple con las normas humanas, sino que trasciende/ va más allá de los criterios humanos) para que se haga conforme su voluntad y no la nuestra, porque “su Reino es de la Verdad, y todo el que escucha la verdad; que sigue la misma, escucha su voz. Y si le escucha, es su discípulo” (Jn.18,37). Por ello, María es el modelo de esta escucha. Pues, vivió conforme a la voz de la verdad: la palabra de Dios en medio de nosotros.
María, es ejemplo para el creyente. Su enseñanza se extiende más allá de un simple hacer. Es la madre que se hace hija; es la madre que se hace discípula fiel del fruto de su vientre. Aquel que es su Señor. De aquel que viene a visitarla y que se hace por medio de ella en la condición humana, para desde la propia humanidad, redimir al ser humano del pecado. Es la mujer que nos enseña a elevar una oración de confianza al Padre, y junto con nosotros, presenta las súplicas por medio de Jesús. Es decir, ella se pone de nuestra parte, para junto con nosotros, elevar como ofrendas por medio de Cristo las propias vidas.
María es testimonio de fidelidad. Es la radicalidad de un sí que se manifiesta por siempre. Que mueve a entregarse en una tarea que se irá develando a través del tiempo, mientras medita todas y cada una de las cosas en su interior. Porque, “los planes del Señor no son nuestros planes” porque, como dice Pablo “hacemos lo que no queremos y lo que queremos hacer, no lo hacemos” y esto escapa a nuestra voluntad, ya que “es Dios quien realiza la obra”. Es la fidelidad que se torna en la confianza radical en que algo sucederá por medio de su Hijo. Dios está continuamente obrando en la historia. Y este Dios que se ha manifestado no se queda silencioso y sordo ante el dolor del ser humano; al contrario, desde su ser, deja escuchar su voz a favor del Hijo: “este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt.3,17). Y, María supo cumplir muy bien con esta tarea: “se percataron de que afuera estaban su madre y sus discípulos y se lo dijeron. Jesús dice: mi madre y mis discípulos son estos: quienes escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc.8,20-21). En esto María es pionera. Escuchó la voz del Señor y la puso en práctica. Se hizo en Dios, modelo de este seguimiento; de esta escucha porque: “dichosos los pechos que te amamantaron y el vientre que te llevó”. Pues, yo les digo que: “dichoso aquel que pone su confianza en la palabra del Señor” (Lc.11,27-28). Lo que hizo María. Por eso, llama la atención y evoca al sentimiento en el filme de Gibson, el momento en que manifiesta a María, en la Pasión: “ya ves, Madre, estoy haciendo que todas las cosas se hagan nuevas”. Porque, ¿quién mejor que ella entre los humanos para comprenderlo? Aunque dicen los evangelios que en el momento de la Anunciación quedó turbada, el mismo Dios que se le acercó por medio del anuncio del ángel le irá capacitando para que siga descubriendo en su ser lo que es su voluntad. Por eso, ella es entre todos, el ejemplo de los “pobres de Yahvé” porque en ella se refleja el corazón que no se ata a las riquezas y ambiciones personales, sino que se extiende a los designios divinos. ¡Qué mejor riqueza para el ser humano que escuchar la voz divina y ponerla en práctica! ¡Qué mejor ejemplo que este de María en ser escuchas de la palabra de Dios!
María es modelo de sencillez. No se gloría por la elección recibida por parte de Dios. Aquel que mira y “sondea los corazones humanos” elige desde su iniciativa amorosa para la realización de un proyecto concreto. Él, que “conoce los corazones, que sondea hasta lo profundo del ser humano”, descubre en nosotros la posibilidad para realizar su designio. Y, siempre escruta hasta lo más íntimo de nosotros que es un ahora que se extiende fuera del tiempo para Sí. Siempre hallará un espacio para realizar su obra, pero sin anular la libertad humana. Por eso en los proyectos propone, pero no impone. ¡Qué ejemplo de sencillez! Has sido elegida para madre de nuestro Salvador y sólo expresas: he aquí la esclava. La mujer que ha encontrado gracia(=es decir, un amor especial por parte de Dios) por lo que te elige, no pone condiciones. Simplemente se hace sencilla y humilde ante un anuncio inmenso. Por eso puede decir; gritar, exclamar con toda razón: “proclama mi alma la grandeza del Señor porque ha mirado la pequeñez de su esclava” (Lc.1,48). Es decir, tengo que realizar por siempre las alabanzas a mi Señor; mi Dios, porque Él, siendo Dios, Creador de todo; principio y fin, no se ha revestido de grandezas y se ha fijado en mí, que soy nada ante él. Por eso, ¡no me resta más que cantar y dar glorias por su inmenso nombre!
Luego, María es la mujer del cántico del Magnificat (Lc.1,46-55). Es la alabanza que surge desde el corazón sencillo que simplemente explora las proezas que el mismo Dios ha realizado en medio de la historia humana. Es el sustento que nos dirige en nuestro caminar a revisar constantemente lo que realizamos y referirlo al mismo Padre, porque: a/ realiza siempre sus obras en nosotros; b/ su nombre es grande, y no se gloría en Él, sino que se abaja hasta la tierra para mirar al ser humano desde su amor; c/ por ello, debe alegrarse nuestro espíritu en su nombre, porque las maravillas que realiza son inmensas y nada podríamos Él; d/ su misericordia no tiene medida, ya que “tanto amó al mundo(=ser humano) que entregó a su Hijo Único”; e/ por ello, todas las generaciones deben entonar en su nombre los cánticos de alabanza, pues aquel que no necesita del ser humano, se comparte con este y le extiende su acción amorosa; le hace partícipe de la obra de sus manos; f/ aunque, se muestra duro con los poderosos, derribándolos de sus tronos, pues se glorían en su fuerza; g/ por ello, engrandece a los humildes, a quienes se hacen sencillos para contemplar su rostro, y no encuentran mayor riqueza que estar a la escucha de su palabra; h/ cumple su promesa por siempre, de generación en generación y su salvación se extiende por todos los siglos. En este contexto María es modelo en la Iglesia, que nos enseña la confianza en Aquel a quien se tributa todo honor y gloria. Por eso, y con razón, ella puede cantar junto con el Antiguo Testamento la grandeza del Señor por siempre.Señor Jesús, tú que quisiste nacer de María virgen, quien en la confianza en el Padre se hizo sierva, abriendo su ser a tus designios. Ella que es ejemplo de fidelidad; de entrega, de radicalidad en la escucha y el cumplimiento de tus palabras. Que se muestra en tu ser, ejemplo para el cristiano; que nos invita a confiar; que nos invita a hacer lo que nos dices; que desde el silencio nos permite descubrir que hemos de fundamentar nuestras confianzas en ti, acoge nuestras súplicas, y ruega por nosotros hoy y siempre, para que por medio tu intercesión, podamos cumplir fielmente con el proyecto del Reino. Que seamos testigos de la verdad. Que vivamos conforme a tu mandato. Que elevemos nuestra alabanza al Padre. Que nos gloriemos sólo en ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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