“…la mujer que por él dio asentimiento, vio en un sueño ese fruto prodigioso que saldría de aquél y su progenie… Fue llamado: Domingo; labrador que eligió Cristo para que le ayudase con su huerto… se mostró de Cristo mensajero; pues el primer amor del que dio prueba fue al consejo primero que dio Cristo. Muchas veces despierto y en silencio lo encontró su nodriza echado en tierra cual diciendo: «He venido para esto.» ¡Oh, en verdad padre suyo venturoso! ¡Oh, madre suya Juana verdadera, si se interpreta tal como se dice!... mas por amor del maná sin mentira, en poco tiempo gran doctor se hizo… Y a la Sede que fue más bienhechora antes de los humildes, pidió contra la gente errada, licencia de luchar… Después, con voluntad y con doctrina, emprendió su apostólica tarea cual torrente que baja de alta cumbre; y en el retoño herético su fuerza golpeó, con más saña en aquel sitio donde la resistencia era más dura…”[3]
Es decir, son tres los rasgos fundamentales que podemos resaltar de esta descripción hecha por Dante. Nuestro Santo Padre y Fundador, Santo Domingo de Guzmán:
- “muchas veces despierto y en silencio, echado en tierra”… esto es, en actitud de oración. El Beato Jordano decía de nuestro padre santo Domingo que “desgastaba las escalinatas del presbiterio en las largas noches que pasaba en oración”. Y esta práctica es fundamental para la vida de todo cristiano: poner en las manos del Padre. La oración es un tema sobre el que hablamos mucho o escribimos magníficos tratados, pero que en el momento de la práctica, queda relegado al tiempo. Nos cuesta dedicar tiempo a ella. Y en el poco tiempo que dedicamos, nos gana el cansancio, el sueño, la pereza. Sin embargo, necesitamos hacernos violencia para alcanzar no sólo una actitud de oración, sino para hacer de nuestras vidas una vida orante. Necesitamos hallar los espacios para dejar a Dios que nos hable al corazón. Necesitamos de esos momentos para estar a solas con el Dios que, en palabras de San Agustín es “más íntimo a nosotros que nosotros mismos”. Pero, nos duele tener que dedicar tiempo a orar. En muchas ocasiones, porque el tiempo que dedicamos a ello es necesario para hacer otras cosas. Mas, ¿qué puede encontrar mayor valor que ponerse en silencio para escuchar al Dios que nos llama por nuestro nombre? ¿Qué encuentra mayor riqueza y significa alimento para el largo peregrinar por esta vida que la resonancia de la voz de Dios en nuestro interior? Y es que la oración nos sustenta en los momentos de angustia, nos transforma en la necesidad y nos brinda la alegría inmensa de encontrar a ese Dios que siempre ha estado ahí, amándonos. Invitándonos a continuar nuestro camino.
- “con voluntad y con doctrina emprendió su apostólica tarea”… El Espíritu Santo suscita constantemente en la vida de la Iglesia personas que realicen una Misión; que den continuidad a la tarea del anuncio del Evangelio. Como bien conocen, nuestro padre Santo Domingo, en el viaje que realizó junto al obispo de Diego, se da cuenta de una realidad: la gente estaba necesitada del evangelio, desconocían a Cristo. Dicho contacto no sólo suscitó en Domingo el deseo ardiente de ir y anunciar a Cristo, sino que se hizo “compasivo”, al igual que Jesús, tal como nos dice el evangelista Marcos: “… viendo a aquellas gentes sintió compasión puesto que andaban como ovejas sin pastor… y se puso a enseñarles extensamente”(Mc.6,34). Domingo quiso predicar y anunciar a aquellas personas por las cuales se lamentaba: ¡Dios mío, qué será de los que aún no te conocen! ¡Qué será de los pecadores! Encarna la tarea del apóstol que se lanza por el mundo anunciando la Verdad: Cristo. Pero, no lo hizo por su propia iniciativa, sino inspirado por el Espíritu, poniendo todo en las manos del Padre, sustentando el éxito de dicha empresa con la oración y la doctrina(=es decir, el estudio; dos elementos fundamentales en nuestra vida).
- “y en el retoño herético su fuerza golpeó”… no porque fuera a exterminarlos, tal como nos han querido pintar algunas personas, con el tema de la Inquisición, en donde ponen a Domingo presidiendo un “auto de fe”. Sino, por el contrario, con las armas de la compasión, de la sabiduría, de la oración, de la escucha de Dios, de la Verdad. El mismo Dante en el Canto XI del Paraíso nos dice, cuando habla de nuestro padre: “Santo Domingo, dotado de esplendor querúbico por su sabiduría llevó a la Iglesia a la mayor fidelidad por medio de la predicación”[4]. Domingo se lanza a la tarea de la predicación y al anuncio del Evangelio, pero lo hace sin temor y con la confianza que leemos en el capítulo primero del profeta Jeremías, así como en el último versículo del Evangelio según San Mateo: “Dios estará con nosotros en todo momento”.
Estas lecturas –Jeremías 1,4-9 y Mateo 28,16-20– tienen dos temas fundamentales que quiero compartir: la llamada y la respuesta. Y ambas, en un contexto “vocacional” y un proceso de “formación”. Un asunto que se extenderá durante toda la vida, puesto que sólo termina al momento de nuestra muerte. Vivimos en un constante proceso de formación cada vez que identificamos en nuestras vidas una llamada de Dios y queremos responder a ella. Sin embargo, hemos de tener presente que, es una llamada divina y no humana. Es Dios mismo quien ha querido llamar a una MISIÓN concreta: a vivir un estilo de vida particular.
1. Dios llama y compromete a una tarea:
En la lectura del profeta Jeremías se nos proponen varios elementos a ser considerados en esta llamada:
a. Dios se acerca a la persona: “recibí esta palabra del Señor”(Jer.1,4). Es decir, es Dios mismo quien toma la iniciativa y no la persona. Por tanto, nuestra respuesta se constituye en una correspondencia a esa llamada. Se torna en un comprometernos con la respuesta dada, abriéndonos a la voluntad divina, identificando qué es lo que Dios quiere en mi vida y ¡cumplirlo! Ello exige de nosotros, una actitud de total humilitas, de apertura libre y dispuesta para escuchar en nuestro ser, en nuestra vida, en lo que somos… la voz de Dios. Es la actitud del Getsemaní: “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”(Mc.14,36); es la actitud del profeta Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”(1Sam.3,10); es la actitud de María: “He aquí la sierva del Señor, que se cumpla en mí su palabra”(Lc.1,38). Es decir, Señor, toda mi vida está dispuesta a Ti, muéstrame lo que debo realizar. Enséñame el camino que he de seguir… hazme dócil a tu palabra. Pero ello, hermanos, es sumamente difícil. ¡Somos humanos!, y en ocasiones, podemos mal-interpretar esta palabra divina. Podemos caer en los riesgos de querer hacer coincidir la voz divina con mis deseos personales. Podemos “hacer decir a Dios lo que yo quiero oír y no lo que me dice”. Sin embargo, cuando se construye la vida desde esta dimensión tarde o temprano se termina todo, puesto que no estamos caminando conforme a Dios. Empeñarnos en realizar “cosas” sin ponerlas en las manos de Dios, sin abrirnos al discernimiento de su voluntad siempre acarreará dificultades porque no hacemos lo que debemos, sino lo que queremos. Sabemos que se dice: “los designios de Dios no son los humanos”. El ser humano puede proponer muchos planes, pero es Dios quien los lleva a la realización, quien los guía e inspira. Por eso, un conocido refrán nos recuerda que: “el hombre propone y Dios dispone”.
Nuestro padre santo Domingo fue un ejemplo de esta escucha de la palabra de Dios. Tal como dicen sus biógrafos: nuestro padre fundador “se sumergía constantemente en la oración… hablaba con Dios y de Dios… con Dios, en las largas noches que pasaba sumido en la oración y de Dios, cuando hablaba con los hombres”. Él es modelo de cómo hemos de construir nuestra vida en este caminar: nuestra vida debe ser un constante acercarnos a la oración. Ponernos en actitud de la escucha de Dios, tal como se nos dice en el texto de la Transfiguración. Entrar al silencio de nuestra vida o hacer de nuestra vida silencio para que aquella voz de Dios se haga escuchar.
Un segundo aspecto que nos propone el profeta sobre la llamada que hace Dios al hombre es que:
b. conoce y capacita a quienes llama. Es decir, “No me han elegido ustedes, sino que he sido Yo mismo quien les eligió”(Jn15,16). Y en cuanto que es elección divina, Dios prepara a quienes ha llamado para la tarea a la que destina. Dios no da cargas pesadas que el ser humano no pueda soportar. Y cuando llama, va preparando paso a paso para que la persona pueda realizar lo que se le ha pedido. Sin embargo, ello exige también un corazón dispuesto a dejarse guiar. Si no nos dejamos guiar, si nos cerramos a la experiencia de Dios en nuestras vidas iremos perdiendo no sólo el sentido de lo que hacemos, sino también el rumbo. Y cuando eso sucede, nos encerramos en nosotros mismos, nos comenzamos a “disgregar” en diversas cosas que nos arrancan de la tarea a la que hemos sido convocados. La pregunta que les invito a reflexionar es la siguiente: ¿cómo es su dejarse guiar por Dios? ¿Cómo construyen su vida? ¿Lo hacen desde Dios?, o por el contrario, ¿se sienten autosuficientes y sin necesidad de Él? ¿Qué cosas motivan sus vidas? Somos humanos y podemos poner trabas a la llamada de Dios. Sentiremos temor en muchas ocasiones. Podremos decir con el profeta: “pero, soy apenas un niño, mira que no sé ni hablar”(Jer.1,6). Pero, ¡no podemos dejar que estas dimensiones humanas nos ganen! “El espíritu es animoso, pero la carne es débil”(Mt.26,40). Y hemos de transformar esa debilidad en radicalidad de vida. En compromiso libre para con lo que vivimos. Sin trabas ni ataduras… sin otras cosas –que no sean Dios[5]– y que nos arranquen de vivir conforme a la voluntad de Dios. Nuestro padre santo Domingo estaba consciente de ello. Conoce que por sus propias fuerzas el hombre no puede alcanzar nada. Por ello, no realizaba nada sin antes, abrirse a la experiencia de la escucha de Dios por medio de la oración. Cuando tiene lugar la dispersión de los frailes, él no se centra en los criterios humanos que le decían: “¡es una locura!”, sino que pone su confianza en Dios. Sabe perfectamente que es Dios mismos quien hace producir y si ha llamado, no va a abandonar a quienes ha llamado. Por eso, el profeta Jeremías nos recuerda que: “no debemos temer, ya que Él estará con nosotros para salvarnos”(Jer.1,8). O como nos recuerda el último versículo del Evangelio según San Mateo: “…sepan que yo estaré con ustedes hasta la consumación de los tiempos”(Mt.28,20). Es decir, poner nuestra confianza en Dios, dejarnos guiar por Él, debe llevarnos no sólo a descubrir su presencia en nuestras vidas, sino también a reconocer que va siempre a nuestro lado, con nosotros… cargándonos… como dice la historia de Huellas en la arena. Si vivimos esto, estamos en el camino de hacer de nuestra vida una, de constante respuestas a la llamada de Dios. [CONTINUARÁ]
[1] Dante llamó a su libro La Comedia. El calificativo de “Divina” surge a partir del 1555 en el título de la edición realizada por Ludovico Dolce.
[2] Dante Alighieri (1265-1321) poeta florentino.
[3] ALIGHIERI, Dante. La Divina Comedia. Paraíso. Canto XII. ALMEN EDITORES, S.R.L. Colección Pluma de Oro. Lima. s.f. p. 179.
[4] Paraíso. Canto XI. cfr. Íbid. p. 178.
[5] Esta es la idea central del “desasimiento” de Meister Eckhart.
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