Una de las sentencias más fuertes que encontramos en los evangelios es aquella en la que los evangelistas ponen en labios de Jesús la siguiente sentencia: “No he venido a traer la paz sino la guerra. He venido a hacer violencia... El Reino de Dios es uno de violencia”(Lc.16,50).
Estamos reunidos en comunidad, como familia que se reconoce idéntica en sus aspiraciones. Manifestamos, en común, nuestra inconformidad con las estructuras de violencia que nos afectan en la convivencia social. Dejamos ver que queremos un estilo de vida distinto al que se nos está vendiendo. Que buscamos la construcción de una sociedad de paz como legado a las futuras generaciones de puertorriqueños. Queremos, con este lanzarnos a la calle, gritar que tenemos derecho a esa sociedad de PAZ, no como la simple carencia de conflictos, sino como la identificación de todos como hermanos dentro de la gran familia que es la humanidad. Queremos este espacio en el que podamos expresarnos como hombres y mujeres; como jóvenes y niños, exigiendo una vida pacífica que no sea tronchada por la cultura de muerte que crece a nuestro alrededor y que nos exige caminar conforme sus criterios. Una cultura en la que son exaltados los “desprecios” y los “reproches” a todo el que piensa distinto. O, como diría el antropólogo René Girard: “una sociedad en la que cada vez que un justo se atreva a expresarse, se le crucifica”. No podemos seguir el juego de una sociedad que nos obliga a integrar como parte de nuestras vidas una tendencia irracional hacia lo violento. Donde quiere hacernos cómplices pasivos de la injusticia. Donde intenta socavar la dimensión racional de la persona para hacerla esclava de cierta apatía a la bondad. Tenemos que levantarnos como comunidad y gritar: ¡Basta! ¡No queremos un Puerto Rico violento! ¡Es tiempo de detener esta violencia que nos hemos adquirido como calificativo de lo que somos! Es el rostro que nos representa en el mundo. Cada vez, las estadísticas –que nos califican como números– nos dejan el mal sabor de ser una de las sociedades más violentas del mundo. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Qué alternativas podemos presentar? ¿Cómo retornar a lo que nos caracteriza como puertorriqueños en esencia? ¿Cómo la escuela entra en este proceso de erradicación de la violencia?
Cuando estuve intentando ideas para este compartir, me surgieron muchas interrogantes. Sin embargo, después de reflexionar, abandonar y retornar a ideas, me quedó resonando una: la escuela para erradicar la violencia en este Puerto Rico nuestro, ha de ser “un centro de violencia”. Desde esta inquietud es que compartiré con ustedes estos cortos minutos con el deseo de despertarles una inquietud y, animarles en el empeño que llevan como comunidad para “hacer la diferencia”.
Desarrollo:
En un país como Puerto Rico, que es declarado casi –sin caer en una actitud pesimista– como una sociedad violenta, carente de recursos para la construcción de una sociedad de paz, las células que la conforman, no pueden ser reproductoras de los mismos esquemas con los que se maneja aquella. Se hace necesario que –irónicamente– se haga violencia para romper con la violencia. Esto puede sonar contradictorio, pero es una condición indispensable para concebir a la escuela como ese centro de FORMACIÓN de los niños y jóvenes en los que se les educa para vivir en una sociedad de no-violencia. Claro, hablamos de violencia en sentido negativo, porque hay violencias que también son positivas –como por ejemplo, hacerse violencia a sí mismo cuando tenemos que cumplir con una tarea y no la queremos hacer–.
En estos tiempos las escuelas de nuestro país se han convertido en una especie de “Parque Jurásico”. No son pocas, las que hemos visto en los últimos años, involucradas en problemas que trascienden más allá de la comunidad escolar, interpelándonos a todos sobre ¿qué nos está pasando? Hay quienes afirman que lo que vivimos en Puerto Rico es una ilusión. Que esto no es lo que somos los puertorriqueños. Y, lo triste del caso es que ¡tienen mucha razón! Nos hemos dejado arrastrar por ideologías que nos regalan la idea de que “ser rebeldes es indicio de que estás en la onda”. Si piensas, actúas, vives y te expresas como los demás, estás haciendo la diferencia. En la medida en que disientas lograrás ganarte tu lugar propio en la historia. Y, no están malas las ideas, pero hay que enfocarlas en el contexto positivo. No es lo mismo que sea rebelde y dañe a los demás, a decir que soy rebelde y mis acciones no hacen daño a los que conviven conmigo. No es lo mismo hacer la diferencia con mi forma de pensar, actuar y obrar si está encaminada al bien común. No es lo mismo disentir, valorando al otro, y por ende, su punto de vista, para buscar una verdad común. Y esto es parte del proceso que ha de aportar la escuela a la formación de la persona como centro para erradicar la violencia.
Les dije anteriormente que las escuelas se nos han convertido en una especie de Parques jurásicos. Pero, ¿cómo se explica esta analogía? Fr. Timothy Radclife, OP nos dice que:
“Parque Jurásico nos habla de un mundo violento, de una manada de dinosaurios vagabundeando por las llanuras y devorando cuanto encuentran a su paso. Se trata de una violencia a la que los seres humanos sólo pueden replicar con nueva violencia”[2]
Y, en las escuelas podemos encontrar –no como esencia de éstas, sino porque se ha colado– el universo en el que se devoran unos a otros por la lucha de poderes. El deseo de sobresalir por encima de los demás. La búsqueda de defensa de sus derechos, sin reconocer los de los demás. Porque, clamar por los derechos implica reconocer que se compromete uno a cumplir también con unos deberes. Y ello implica hacerse violencia. Continúa fr. Timothy:
“Parque Jurásico nos presenta una resucitada selva darwiniana en la que los animales compiten para sobrevivir. El débil fracasa y muere llegando a extinguirse, como los dinosaurios. La competición violenta por la comida y el territorio es parte de un proceso creativo a través del cual llegamos a existir. Esa lucha brutal es la que nos introduce en la existencia. Es nuestra cuna. Últimamente se sugiere que la violencia es fructífera. Sin embargo la teoría de Darwin -que yo no puedo afirmar haber estudiado- es interesante solo como síntoma de la profunda transformación en nuestra comprensión de lo que significa ser humanos, que ha tenido lugar hace doscientos años, más o menos. Es la aparición del convencimiento de que toda sociedad humana funciona y florece a través de una feroz lucha entre individuos competitivos, cada cual persiguiendo su propio bien. La metáfora de la supervivencia del más preparado, de la vida como una jungla darwiniana, aparece con frecuencia en nuestro lenguaje”[3]
Y, considero que una de las funciones de la educación ha de ser la de insertar en los formandos una visión del ser humano capaz de vivir en sociedad. Con unas implicaciones que le comprometan a un colectivo. Que no vivimos en individualidades. Que no podemos aislarnos de los demás porque constituye nuestra muerte mientras nos deshumanizamos cada vez más. La tarea de la educación es la de conducir al ser humano por un universo de conocimientos. De hecho, el término educare, proveniente del latín “educo”, “educis”, “educere”, significa esto: conducir, manejar. Pero, no como se hace con instrumentos mecánicos, sino manejar, conducir a estos educandos hacia una cultura de paz, en la que sean capaces de afrontar los retos de una sociedad cambiante. En la que hagan la diferencia. Igualmente, el término escuela proviene del griego “sjola” que significa “tiempo de ocio”. Era el tiempo dedicado al pensar.
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[1] Charla dictada en la Marcha por la Paz de la Comunidad MACÚN. Bayamón, Puerto Rico.
[2] RADCLIFFE, Timothy. El Parque Jurásico y la Última Cena. en "The Tablet Open Day", Londres, junio, 1994. http://op.org/international/espanol/Documentos/Maestros_orden/Radcliffe/parque_jurasico.htm
[3] Íbidem.
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