viernes, 8 de junio de 2007

EL PADRENUESTRO: ENCUENTRO CON DIOS Y CON EL HOMBRE (4 de 6)


d. venga a nosotros tu Reino: ese Reino de paz, de justicia, de amor, de eternidad y plenitud que se realiza aquí y ahora. Ese Reino que “no es de este mundo” “Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis seguidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero no, mi Reino no es de aquí». Pilato le dijo: Conque ¿tú eres rey? Jesús le contestó:«Tú lo dices: soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»”(Jn.18,33-37) pues no se maneja bajo los criterios de los hombres. Un Reino que se instaura en el corazón mismo del hombre y la mujer que se dispone a seguir tus pasos, tus enseñanzas, tus huellas. Un Reino que, a diferencia de los impuestos por los hombres, es un Reino de: 1. amor: “les mando que se amen los unos a los otros como yo mismo les he amado”; 2. que es de la Buena Noticia; 3. que exige ser anunciado: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia del Reino”; 4. que se constituye en un “aquí y ahora”, pero que encuentra su plenitud en la vida eterna en el Padre. Y ahora Jesús nos pide que al orar al Padre que está en los cielos, cuyo nombre debe ser santificado, le pidamos que se haga realidad el Reino que nos promete. Que las promesas que encuentran cumplimiento en su persona sean el testimonio fiel de ese reinado de Dios en la historia humana. En otras palabras, como dice un himno de los cursillistas y que se repite constantemente como estribillo en la Solemnidad de Cristo Rey, así como en la conmemoración de la entrada de Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos: “reine Jesús por siempre… reine en nuestro corazón”.
e. hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: En las discusiones de Dios con Job hay un texto sumamente extraordinario que nos dice: “El Señor respondió a Job desde la tempestad, diciendo: ¡Ajústate el cinturón como un guerrero: yo te preguntaré, y tú me instruirás! ¿Quieres realmente anular mi sentencia, y condenarme a mí, para justificarte? ¿Tienes acaso un brazo como el de Dios y truena tu voz como la de él? ¡Adórnate entonces de magnificencia y altivez, revístete de esplendor y majestad! Da libre curso a los desbordes de tu ira y humilla al orgulloso con tu sola mirada. Con una mirada, doblega al arrogante, aplasta a los malvados allí donde están. ¡Húndelos a todos juntos en el polvo, enciérralos en la prisión subterránea! Entonces, yo mismo te alabaré por la victoria obtenida con tu mano”(Job38-40,14)
En esta petición del Padrenuestro la realidad que se nos pone de manifiesto no es tanto el contemplarnos desde la pequeñez que somos con respecto a Dios –aunque sólo en sentido metafórico ya que no existe comparación posible tal como nos hace ver el profeta Job– sino en aceptar la voluntad de Dios. El cumplimiento de todas sus promesas encuentran la plenitud en la persona de Cristo. “Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”.(Lc.4,17-21). Y en ese proyecto salvífico, en ese plan divino, sólo nos corresponde abrirnos a la vivencia de la expresión divina con un corazón dispuesto siempre a discernir su voluntad. Pero ello ha de ser desde una actitud sencilla, dejando a Dios ser Dios, sin que intentemos configurar su voluntad a nuestros propios deseos o antojos. Cumplir la voluntad del Padre es decir como María: “He aquí la sierva del Señor que se haga(=que se cumpla) en mí su voluntad”(Lc.1,38). Y esta voluntad tiene la exigencia de abrazarse sin ataduras; de dejarlo todo para seguirle; de hacernos vacíos para llenarnos de Él. Es una actitud eminentemente de resurrección: sufrir las noches oscuras de la pasión para llenarse de la presencia de Dios en la resurrección y así proclamar: “que se haga, que se cumpla ahora y siempre tu santa voluntad”.
f. danos el pan nuestro de cada día: Somos humanos, ¡demasiado humanos!, y queremos en muchas ocasiones más de lo que necesitamos. En una perícopa del capítulo sexto del evangelio según San Mateo hay un texto maravilloso que nos invita al abandono en la Providencia divina: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal”(Mt.6,25-34). Luego, la invitación es clara: “No se preocupen por el mañana, aquel se preocupará por sí mismo… cada día tiene su propio afán”(Mt.6,34). Es decir, mira, si ahora tienes estas cosas, por qué te preocupas en qué alcanzarás mañana. A cada momento, su propio afán. O como nos dice la sabiduría popular: “las penas de mañana no quieras sufrirlas hoy”, o “no hagas hoy lo que puedes hacer mañana”… Somos esclavos de la rutina. Queremos construir todo de un golpe. Alcanzarlo todo para, al final, podernos lanzar en una cama a mirar al techo y decir: Ahora sí que puedo descansar en paz… todo lo tengo asegurado… “a comer y a beber en medio de las fatigas porque es don de Dios”(Ecle.3,13) como nos dice el libro de Cohélet(=Eclesiastés). A comer y a beber porque no me falta nada. He trabajado sin descanso para ello, me he preocupado por todo. Ahora a disfrutar de ello. Pero, ¿Qué será de todo lo demás? Nos aferramos a las cosas y ¿qué lugar dejamos para Dios?
La invitación que hace Jesús es fuerte. Es signo de contradicción con una visión desesperanzada: “Busquen primero el Reino de Dios… todo lo demás se les dará por añadidura”(Mt.6,33). Es decir, están bien las cosas que alcanzamos con nuestro esfuerzo, pero ellas no pueden alejarnos de buscar a Dios. No pueden alejarnos de ese recorrido del Reino. No podemos anteponer al proyecto de anunciar el acontecimiento de la Buena Nueva las ataduras que nos significan las cosas materiales, el bienestar propio, las seguridades y/o comodidades. Recordemos lo que dijo a aquel que le pidió ir a enterrar a sus padres antes de seguirlo: “Quien no sea capaz de odiar a su padre, a su madre y a sus hermanos no es digno de seguirme”(Mt.8,38;Lc.14,27). En otras palabras, quien no es capaz de renunciar a esas seguridades que dan las cosas, a la estabilidad que prometen, y se aferra a ello, no es capaz de descubrir la sensibilidad para anunciar el mensaje del Reino. Cierto que habrá ocasiones en que se nos muestre un poco desilusionado lo que hacemos, que sintamos que no encontramos esos pastos verdes, que no hay fuentes en el desierto por el que caminamos, que las sendas son oscuras y no falta la luz… pero aún, en esos momentos, hacer como Job y gritar: “…aceptamos de Dios lo bueno y no vamos a recibir lo malo”(Jb.2,10). Pero, en esos momentos, en esas ocasiones en que nos encontramos “como ovejas sin pastor”, “como dejados a la deriva”, hemos de abrirnos a la experiencia del Dios que nos sale al encuentro de muchas formas y que nos conduce hacia remansos de paz. Hacia el descanso en su presencia.
En el acontecer de nuestra vida podemos preocuparnos por demasiadas cosas. Nos dejamos consumir por las rutinas, por “COSAS” que a fin de cuenta nos van robando poco a poco la paz, la tranquilidad… Nos llenamos de ellas y sentimos que mientras más acumulamos, mientras más podemos conseguir, más felices somos. Pero en el fondo, nos vamos empobreciendo más y más. Ponemos nuestras esperanzas en lo que adquirimos y cuando eso sucede, nuestras energías se nos consumen en defender lo que se ha ganado con el sudor de la frente. Nos convertimos en esclavos del futuro. Mañana espero alcanzar más. Que esto que he logrado no lo pierda. Nos decía un cantautor argentino: “el que conquista, por proteger lo que ha conquistado, se convierte en esclavo de aquello que ha conquistado”. Y es que las cosas que nos dan un “status”(=prestigio) social, se nos hacen muy necesarias para salir del olvido en donde nos sentimos hundidos. Si tenemos, y mientras mucho más sea lo que tenemos, más y mejor reconocidos seremos entre los nuestros. Sin embargo, la propuesta de Jesús es la siguiente: “no se preocupen de qué van a comer mañana, o cómo vestirán… de esas cosas se afanan los gentiles”(Mt.6,32). Es decir, no se preocupen de las cosas materiales como quienes no tienen ninguna esperanza. Ustedes, si confían en la acción misericordiosa del Padre, han de saber que Él conoce muy bien que las necesitan y por tanto, se las proveerá. No se descarrilen siguiendo tras aquellas cosas que les llenarán el corazón dejando afuera a Dios. Hacerlo, no les hará menos diferente que quienes no han encontrado una ocasión para dejar entrar a Dios en su ser.

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