sábado, 19 de mayo de 2007

EL SERVICIO EN LA VIDA RELIGIOSA COMO SEGUIMIENTO DE CRISTO (2 de 3)


El servicio implica hacernos pequeños: un libro de meditaciones lleva el siguiente título: El valor de las pequeñas cosas. Nuestra naturaleza humana siempre nos lleva a quedar inconformes con lo que tenemos, hacemos o hemos logrado. Eso está bien, porque la inclinación a buscar la perfección nos encamina en el rumbo de la virtud. Ahora, cuando la inconformidad se torna en obsesión se produce un problema: nos concebimos como héroes destinados a realizar grandes cosas. Y, todo aquello que no pasa por los criterios de lo que me pueda producir “status”, reconocimiento, etc... no es para mí. Así olvidamos que “El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho; el que es deshonesto en lo poco, es deshonesto en lo mucho”(Lc.16,10). Y hacernos pequeños no quiere decir que actuemos con infantilismos y caprichos. Hacernos pequeños quiere decir que tengamos la capacidad de concebir al otro como igual, dotado de la imagen divina que puso sobre cada uno. Es la capacidad de amar incondicionalmente. Es la capacidad de relacionarnos conforme a lo que nos ha unido en la comunidad. Es amar desde el servicio y el servir desde el amor.
La VR es resultado de una primera intención: hacer la voluntad del PADRE. Dicha voluntad parte desde su iniciativa amorosa. No es que hayamos decidido elegirla, sino que él nos eligió y nos capacitó antes, para decir SI, mientras nos prepara a diario para la fidelidad a esa voluntad. Claro, esto exige LIBERTAD. La VR implica libertad. Cierto que puede aparentar en muchas ocasiones que hemos sido privados de la misma por las opciones y renuncias que tenemos que hacer. Encomendamos nuestras vidas a una comunidad, a un proyecto, a la Iglesia… por medio de la obediencia. Encomendamos nuestra exclusividad del amor a la totalidad de los seres humanos en una opción espontánea por la construcción del Reino. Nos liberamos –o por lo menos aspiramos en lo personal– de pertenencias materiales que nos impidan llegar a donde nuestros hermanos nos necesiten. Y todo esto, por la libertad de una promesa que voluntariamente hacemos por AMOR para cumplir con la voluntad del proyecto divino en nosotros. Tenemos la capacidad de ejercer la libertad que Dios no anula, sino que nos va acompañando mediante su presencia, para que la misma corresponda a la realización de aquellas cosas que nos va pidiendo que realicemos a diario. Sin embargo, en ocasiones dentro de nuestras comunidades no identificamos la posibilidad del ejercicio de esta libertad. Caemos prisioneros del voluntarismo y nos aferramos a proyectos, posiciones, o a muchas cosas que nos empobrecen en la libertad. Caemos en el unilateralismo de las decisiones, privándonos del diálogo y del común acuerdo. En un ambiente así no se puede realizar la voluntad del Padre porque ¿cómo puede hacerse su proyecto anulando la libertad? ¿Cómo identifico la voluntad del Padre? ¿Qué cosas me hacen sentir libre? ¿Cuáles siento que son obstáculos y limitan esta libertad? ¿Cómo he ido respondiendo a mi proyecto personal y comunitario de la VR desde Dios? ¿Estamos conscientes de ello? Se nos dice que el seguimiento de Cristo constituye un acto de fe. Lanzarse a una llamada que nos ha hecho y sólo nos corresponde dar respuestas desde la incertidumbre del mismo proyecto. Él se compromete en un acto voluntario para con el SH y a este corresponde responder de diversos modos. En nuestro caso desde la VR, con los diversos tiempos de reafirmar nuestras respuestas. Cierto que habrá ocasiones en que experimentaremos algún tipo de –podríamos llamarle, inconformidad– con nuestras respuestas. Nos sentiremos urgidos de dar respuestas que no aparecen claras. Allí, estamos ante la oscuridad de la noche. Esa etapa en el proceso de la vida que nos lleva a replantear nuestra existencia en la búsqueda de Dios; en el caminar verificando su voluntad, para cumplirla. Místicos y Santos pasaron por esa vida de sombras. La noche[1] espesa que oculta la luz, pero que no puede esconder a ese Dios que nos guía desde el momento en que nos encontramos con él, transformando la noche en amanecer. Es encontrar las fuerzas para dar respuestas desde el amor.
La VR es una experiencia de amor. Pero, esta se mueve entre dos dimensiones: el amor radical al Dios que me ha llamado y que siempre me sale al encuentro –tal como lo expresa Lucas en la parábola del Hijo Pródigo– y, amor al proyecto de vida que he ido discerniendo en mi caminar. Así, la experiencia del amor a Dios en la VR abarca la espontaneidad de abrazarse al Padre. Permitir desde nuestra sencillez humana que hable al corazón. Abrirse a la posibilidad de su escucha. Ponerse en camino a partir de cada una de las ocasiones en que experimentamos las noches oscuras, para gritar con todo nuestro ser: ¡Aquí estoy, haz; cumple en mí según tu voluntad! Haz en mi vida según tu promesa, la que he seguido desde la libertad que tú mismo me has inspirado; que tú mismo me has revelado. Mira, mi caminar no ha sido fácil. Se ha tornado árido en muchas ocasiones, y sé que aún me falta mucho, pero si estás de mi lado puedo llegar a la mañana. Estoy dispuesto a retornar a tu presencia en esta ocasión en que me encuentro solo.Es la capacidad de amar desde Dios a Dios mismo. A Él, que no nos pide más que corresponder con una respuesta amorosa a su promesa amorosa. Por ello, la VR es una experiencia de amor para con el SH. Optar por el SH en todas sus formas. Acercarse al hombre y a la mujer con un corazón vacío de diferencias para el mutuo enriquecimiento. Habrá muchas ocasiones en que sentiremos que nos quieren hacer daño, que nos odian, que buscan atacarnos sin razón alguna. Pero, en esos momentos hemos de recordar las palabras de Jesús: “no es el siervo más que su amo. Recuerden que si el mundo los odia, a mí me odió primero”(Jn.15,18-21). Y es que la naturaleza humana se debate entre el bien y el mal –sin sonar dualista–. Esto, porque cuando realizamos el bien la gente poco lo recuerda, pero cuando hacemos algo mal, todos se encargan de recordarlo y lo hacen un calificativo de nuestras vidas, casi como sinónimo de nuestra identidad. En cierta forma, podemos contemplarlo desde una visión optimista: quiere decir que hacer el bien es normal entre todos, mientras que hacer el mal(=hacer las cosas mal) es lo que sale de la norma. Como exhorta San Pablo: “En cuanto a ustedes, hermanos, no se cansen nunca de hacer el bien”(2Tes.3,13).
[1] La expresión “noche”, es una etapa de la vida. No es sólo la noche temporal, sino también el tiempo de mirarse hacia el interior. Es la soledad en la búsqueda de Dios en donde nos confrontamos cara a cara con él para dar sentido a la existencia.

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