miércoles, 14 de noviembre de 2007

ANUNCIAR EL REINO DE DIOS, “A TIEMPO Y A DESTIEMPO”, SIN TEMOR, SIENDO DISCÍPULOS DE JESÚS


Lecturas:
Gn. 46,1-7.28-30
Sal. 36
Mt. 10,16-23


En los Salmos encontramos la siguiente expresión: “Confía en el Señor y practica el bien… que el Señor sea tu único deleite”(Sal.36,3). Tal aseveración nos lanza una propuesta: a que pongamos nuestra confianza en Aquel que siempre está dirigiendo nuestra vida. Es decir, a que abramos nuestro corazón a Su presencia. Pero, ello exige de nosotros una actitud totalmente libre. El corazón significa mucho más que el órgano del cuerpo; “corazón” es el contenido de toda la vida. Es decir, abarca la vida misma. Esa vida que se construye en el día a día, con todas las riquezas y carencias, con todos sus problemas y dificultades. Y es, precisamente, a “esa vida” a la que hay que corresponder desde lo que somos. Sin quedarnos detenidos o sin ganas de caminar, porque todo aquello que hagamos nos va llevando, paso a paso, a la consecución de nuestra misión en este mundo. Pero, tenemos que vivir aquella misión desde la “experiencia de Dios”, desde el discernir en todo lo que hacemos la voluntad divina; de descubrir, desde lo que somos, desde lo que nos hace ser quienes somos, qué es lo que Dios quiere en nosotros y vivirlo. Nadie dijo que sería fácil, como diría el poeta César Vallejo (1892-1938): “hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me ha gustado vivir”(poema: “Hoy Me Gusta la Vida Mucho Menos”). Es decir, vivir siempre constituye enfrentarnos a dificultades. Vivir siempre es una experiencia que duele, puesto que nos exige “estar siempre prestos a dar respuestas”. Y estas respuestas se nos tornan en ocasiones contra nosotros: pensamos que estamos haciendo las cosas y nos surgen dificultades, nos surgen piedras en el camino. Y nosotros, queremos por lo general, una vida sin preocupaciones. Una vida donde todo sea color de rosa. Una vida en la que la pasemos en paz, sin nada que incomode. Pero, sucede que la vida no es así. La vida es un caminar constante, en donde nos caeremos, en donde sentiremos cansancio, en donde experimentaremos desilusiones, en donde experimentaremos el sufrimiento de la muerte(…). Pero, ¡es nuestra vida y la debemos construir! Pero, ¿cómo debemos construirla? El Salmista nos lo ha dicho: “pon tu confianza en el Señor! Como sugiriéndonos, es cierto que habrán dificultades; que encontrarás que, al intentar vivir desde la experiencia de Dios, lo menos que tendrás es la paz y seguridad que ofrece el mundo. Porque, seguir el camino de Dios nos exige que seamos capaces de renunciarnos a nosotros mismos, frente a una sociedad que nos promete poder y riquezas, siempre y cuando pisoteemos(=pasemos) por encima de los demás. Ya lo dijo Jesús: “he venido a prender fuego al mundo… ¿creen que he venido a traer la paz? No. He venido a hacer la guerra”(Lc.12,49-51). Ha venido a invertir los criterios y formas en cómo comprender el mundo. Ha venido a transformar cada una de las situaciones en las que, el ser humano vive como si fuese el único habitante del mundo. Ha venido a confrontarnos con “el otro”. Ha venido a mostrarnos que, el Reino de Dios se construye desde la experiencia del amor. Y esto nos crea dificultades. Nos despierta conflictos, puesto que hemos aprendido y sido educados para vivir al margen de los demás. Hemos sido preparados para asegurarnos nuestra propia vida sin importar lo que suceda a quienes nos rodean. Y todo, porque así no tendremos dificultades. Decía el Quijote a Sancho: “tranquilo Sancho, si los perros ladran es porque estamos caminando”[1]. Y el poeta Machado decía: “caminante son tus huellas, el camino y nada más… caminante no hay camino, se hace camino al andar…”(poema: “Caminante, no hay camino”). Es decir, nuestra vida ha de ser aquella ocasión para caminar, para lanzarnos a la aventura de vivir desde el reconocimiento de la voluntad divina, identificarla en la vida personal y vivir conforme a ella. Esta es la invitación que se nos hace: vivir desde la experiencia del Reino. Vivir la fe desde la identificación con la persona de Cristo. Vivir y transmitir la experiencia del Dios que obra siempre en todos. Ser testimonio vivo de que Dios siempre actúa en la historia humana. No tener miedo de vivir la fe. No tener miedo de proclamar aquellas cosas en las que creemos porque Dios siempre estará con nosotros. Tenemos la tarea del profetismo. Ser profetas en todos y cada uno de los lugares en donde se transcurre nuestra vida. Ser capaces de denunciar las situaciones de injusticia, de sufrimiento, de dolor y angustia para ese mundo “que sufre y gime dolores de parto”(Rom.8,22). Ser capaces de dar la vida por el Reino. Ser mensajeros de la paz, pero no como la da el mundo, sino desde aquella experiencia de anunciar las maravillas de Dios a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El mundo tiene hambre y sed de Dios... nos recuerda de modo constante el Papa Benedicto XVI. Y se nos invita a llevar esa experiencia, a compartir lo que vivimos a diario desde la fe. A hacer la diferencia. Pero, ¡no es fácil! Nadie ha dicho que lo sea, pero tampoco que sea irrealizable.
En el texto del evangelio se nos lanza una imagen del lugar en donde hemos de dar respuestas y testimonio de nuestra fe. Nos dice Jesús: “los envío como a ovejas en medio de lobos”. Es decir, allí, en donde el ser humano sufre por culpa del ser humano, tenemos la tarea de introducirnos, para transformar, para invertir los criterios y valores de la sociedad. Para proclamar la riqueza y el valor de cada persona, para decir al mundo que “el ser humano no es un lobo –aunque algunos lo parezcan– capaz de devorarse a otros”(Thomas Hobbes). No podemos tener esa visión tan negativa del ser humano. Y frente a las ideologías que nos dicen que nada bueno puede darse en el mundo, hay que apostar por vivir la esperanza. Llevar el mensaje de Cristo a todo lugar. Y como dije antes, no es fácil. Si vivimos desde esa exigencia no tendremos quizás no tendremos la tranquilidad que deseamos para nuestra vida tal como la interpreta el mundo, pero, sí, –y eso lo puedo asegurar– tendremos la compañía de Dios, que nos guiará y sostendrá a cada paso que vayamos dando. Por ello, debemos caminar sin temor. Ir por el mundo sin temor, pues Dios estará con nosotros.
Es cierto que hay muchas cosas que son más atractivas que todo esto. Pero, ninguna de ellas nos va a dar la satisfacción de una vida en camino hacia la felicidad. Y eso no sucede porque sea todo malo, sino porque cuando ponemos nuestra confianza en cosas efímeras, al haber saciado nuestra necesidad, ya aquello, pierde todo valor. Ya no significa nada para nosotros y tenemos el deseo de algo nuevo. Pero, la Buena Nueva del Reino es siempre algo nuevo. Nos interpela desde nuestro día a día. Nos exige vivir y renovar nuestra fe a diario, dando testimonio de que queremos decir que Sí a la práctica del amor. Pero, que sea un SI que es fiel y que no se desvanece cuando aparecen las primeras dificultades. Pues bien, vivamos conforme a esa decisión. Hagamos partícipes a otras de lo que hemos encontrado y vivimos, con un corazón sencillo, con nuestro propio lenguaje. Por eso nos recuerda Jesús que, “no busquemos nuestras propias palabras, sino que el Padre pondrá sus palabras en tu boca”(Mt.10,19). Es decir, si estamos viviendo radical y libremente esta experiencia, que nuestra vida sea el testimonio de ello. No necesitamos discursos enormes. No necesitamos tener mucha teología para ello, puesto que, quien vive desde Dios, no hará sino expresar, con su propia vida, a Dios. Por esto, VIVAMOS LA EXPERIENCIA DEL AMOR. Y no tengamos miedo. No tengamos temor de ser quienes somos. No tengamos temor de vivir y anunciar el Reino de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
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[1] Esta frase se atribuye anecdóticamente a él.

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