domingo, 24 de junio de 2007

IGLESIA Y ESTADO (2 de 5)


1. Fragmentaciones de la identidad del Estado:
a. Democracia y Participación:

Si por un lado, la democracia se instala como forma de vida en el Estado, por el otro, la participación inserta al individuo en la reflexión de la vida social en todo aspecto. Estamos aquí, frente a dos corrientes que se cuajan “en y sobre” el ciudadano. Las respuestas a las que se ve obligado a enfrentar, no son más que las implicaciones de su propia vida como sujeto activo de un proceso social e histórico que no puede obviar. Democracia, ciudadanía y participación adquieren un apartado preferencial respecto de la reflexión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Hablar de democracia en sentido estricto del término, como “algo” que emana de la experiencia vital e histórica del pueblo constituye en cierta forma una utopía. Muchos la dan por hecha. Que ha llegado a plenitud y no necesita de ningún desarrollo; menos de una interpretación y/o elaboración –a partir de los procesos políticos– en la humanidad. La democracia no ha alcanzado aún su potencial unificador de los diversos sectores poblacionales de cualquier nación. Queda representada como la más imperfecta de las formas de gobierno ya que su existencia carece del referente y beneficio de la mayor parte de una comunidad. (Lo concebimos en los diversos lugares donde se requiere para “gobernar” la mitad más 1% de los votos emitidos. Ello nos deja con la realidad de que, habiendo alcanzado una persona tal cifra, hay una mayoría que no ha apoyado tal o cual gobernante –ya sea porque no emitieron su voto, ya porque no pueden hacerlo, etc.–. Así, el “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” se tambalea cuando la confrontación entre esta forma de “hacer política” y la realidad de los individuos en un Estado X son incongruentes e incompatibles entre gobernantes y gobernados. La democracia adquiere entonces, un significado individualista y exclusivista siempre y cuando se maneja bajo los intereses y criterios de quienes ostentan el poder. El asunto se torna complejo cuando aquella está vestida por conceptos que la instauran como intereses no-comunes –y producto del interés de unos por sobre otros–, o los de un grupo político que maneja la voluntad del pueblo a conveniencia, porque han gozado del favor –concedido por quienes le prestaron sus “derechos” por medio del voto–.
Es claro que la democracia “del, para y por el pueblo” es una forma de gobernar cimentada en las entrañas de una comunidad nacional, cuyo acceso a los procesos históricos mediante la participación social, queda confirmada como expresión de las aspiraciones comunes de dicho grupo. Por ello, en su dimensión etimológica demos (=pueblo) y kratos(=autoridad-gobierno) concuerdan con la definición que otorgan las personas al ser interpelados sobre la democracia. Sin embargo, “en la actualidad el concepto de democracia no se limita al de una forma de gobierno, sino también a un conjunto de reglas de conducta para la convivencia social y política”[1]. Luego, la democracia como a) forma de gobierno, queda constituida mediante la capacidad de participación del pueblo en la política de gobierno; y como b) estilo de vida, relacionada al respeto de los derechos de la persona como miembro de una comunidad regida por un orden común.

b. Ciudadanía:

Entonces, ¿cuáles serían las condiciones por las que un individuo cobra importancia en este ámbito político? ¿Cómo ser ciudadano sin ignorar los procesos individuales y colectivos? Hobbes[2] presenta un ambiente desolador respecto del individuo en este espacio político social. ¿Acaso asistimos a la muerte del propio individuo? Los vestigios de una ciudadanía en estas condiciones son desfavorables. Una jungla en la que todos están contra todos, imposibilitados de establecer proyectos comunes sin que medie un contrato. Por otro lado, Emmanuel Kant (1724-1804) nos presenta un modelo de ser humano capaz de alcanzar y proponer por sí mismo unas legislaciones mediante su razón. Pero, estas legislaciones, al ser normas racionales han de ser acatadas por los demás seres racionales. Pese a esta fascinación por la razón, en la que el individuo puede ser gestor de sus normas, la imperfección de aquel “gestor de legislaciones” queda por encima de las(=normas) que legisla, pero que obligan a los demás. Luego, la igualdad, libertad y participación, son anuladas desde el pensamiento kantiano, independiente de la excitación que pueda producir para fundamentar la democracia. Conscientes de ello, llegamos a la necesidad de aportar pinceladas respecto del concepto de ciudadanía, motivados por la complejidad del término, no tanto en cuanto a carácter definitorio, sino en cuanto a su praxis.
La ciudadanía está referida al individuo como miembro de una comunidad en la que participa de manera activa en los procesos de la misma. Así:
  • “El término ciudadanía se refiere al Estado nacional. Pero puede dársele un sentido más general, como lo hace Michael Walter, que habla de derecho a la membership y de pertenencia a una comunidad. Ya se trate de una territorial o profesional, la pertenencia, se define por unos derechos, unas garantías y por ende, unas diferencias reconocidas con aquellos que no pertenecen a esa comunidad…”[3]
Para considerar a este individuo como ciudadano de tal o cual lugar, ha de reunir unos requisitos que, aunque posean un grado de reconocimiento ad extra, ha de poseer sentido de pertenencia. Ser no es lo mismo que estar y/o poseer. El ciudadano puede vivir en un Estado, pero necesariamente no sentirse ligado ya sea vital o afectivamente al mismo. Sin embargo, A. Touraine diferenciará sobre ello entre conciencia y membership. De modo que, el simple hecho de sentirse parte de un lugar, no necesariamente implica ser ciudadano. De igual forma, Touraine diferencia entre ciudadanía y nacionalidad. La primera ocupa el lugar en que este individuo mueve su vida dentro de un ambiente determinado y la nacionalidad entra en juego cuando se relaciona a partir de determinados conceptos políticos. Por ello, cuando refiramos al concepto de ciudadanía estaremos hablando en este sentido: el individuo que posee derechos y deberes a los que responde de forma activa como sujeto, miembro de una comunidad en la que participa.
La democracia por tanto, se presenta como participación ciudadana, donde sin adjetivos o medias tintas constituye trato igual al ciudadano. En Centesimus Annus[4] Juan Pablo II señala que:
  • “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus gobernantes, o bien, la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana”[5]
Esta bendición del Papa al sistema democrático abre a consideración una gama de interpretaciones que serán criticadas a la Iglesia por Estados que no gozan y/o promueven tal forma de gobierno. Pero, lo que hemos de verificar son los límites que alcanza la democracia y cómo estos convergen con los principios evangélicos para dar paso a una “ideología” impulsada por sectores diversos en un intento de síntesis entre democracia y Evangelio, denominada: democracia cristiana[6].
“Hacia fines de siglo XX se produce un cambio cualitativo de gran dimensión y que se relaciona con la valoración de la democracia como un fin, como un modo de vida, como un ideal digno de ser buscado”[7]. Los estilos de gobernar, donde el ciudadano se entiende como sujeto pasivo sin mayor participación que las urnas han ido quebrándose, para permitir que la discusión intelectual en lo nacional abra nuevas propuestas al ideal democrático por el cual debe regirse a la sociedad[8] en el Estado. De igual modo, en la reflexión eclesiástica se profundizan los esquemas de un laicado al cual invita –desde su condición– a la apertura y construcción del Reino predicado por ella en las esferas de su vida pública.Asistimos a la conformación de un sistema democrático que ha encontrado su fundamento en el acontecer histórico-social y participativo de la ciudadanía en medio de las condiciones de su tiempo, “capaz de” y con la valentía de discernir más allá de los esquemas partidistas –“signos de contradicción”–.
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[1]_________, “La Democracia”, en http://server2.southlink.com.ar/vap/la_democracia.htm
[2] La teoría de T. Hobbes (1588-1679) es: el hombre es totalmente antisocial. De aquí que su Contrato Social (Como el hombre posee la necesidad de satisfacer sus propios intereses, se convierte en una amenaza para los demás; de aquí su “homo homini lupus”. Y la sociedad está plagada de “hombres” que buscan saciar sus propias necesidades, lo que los mantiene en una guerra constante. Para salvar estos conflictos, necesitan establecer un Contrato en donde haya una especie de dirigente que garantice un periodo de paz entre todos en donde puedan convivir armónicamente.) se constituya como un acuerdo mutuo de no aniquilarse mutuamente. Sin embargo, este Contrato no puede persistir si no es asegurado y garantizado por un soberano que concentre el poder en sus manos. De esta forma, la sociedad contractual queda unida en la persona a la que se han transferido los derechos, y que puede ser un soberano o una asamblea (Ferrater, Mora, José. Diccionario de Filosofía. Tomo II. Alianza Editorial. Madrid. 1979. Pág. 1538). Pero, dentro de esto, Hobbes apunta más que a una democracia, a un sistema totalitario, ya que si los hombres en la sociedad apuntan a buscar satisfacer sus intenciones particulares, en un “gobierno” se inclinarán hacia tal actitud lo que deja como única posibilidad la monarquía. Con ello, Hobbes anula toda posibilidad de una forma de gobierno participativa ya que solamente abre paso a una forma de gobierno en donde un soberano sea el que mande, velando por los derechos que le fueron transmitidos, haciendo las veces de policía, cuya única labor quedaría reducida a extirpar todo lo que impidiese a los individuos actuar conforme la satisfacción de sus intereses.
[3] TOURAINE, Alan. ¿Qué es la Democracia?. Fondo de Cultura Económica. (1ª edición, español) Montevideo, 1995. Pág. 99.
[4] Carta encíclica del papa Juan Pablo II con ocasión de los 100 años de la Rerum Novarum de León XIII.
[5] Juan Pablo II. Centesimus Annus. Editorial San Pablo. Santiago de Chile. 2001. #46
[6] La democracia cristiana alcanzará su época tras la Segunda Guerra Mundial como pensamiento-ideología formada en el pensamiento social de la Iglesia. Por esto, su pensamiento no será tanto el sistema político en sí mismo, sino la persona como el sujeto de ella. Si es cierto que surge en el seno del catolicismo a partir de la encíclica de León XIII de 1893, no es menos cierto que constituye una síntesis de varios métodos de conocimiento: filosófico, político, religioso, económicos, sociales, culturales... Sin embargo, a principios del siglo XX sería preferido el término “socialismo-cristiano” para referirse a ella.
[7] Larrain Landaeta, Horacio Max, “Sobre el concepto de democracia en el fin de siglo”, en http://www.members.tripod.com/~propolco/monograf/democra.htm
[8] No significa que estemos totalmente de acuerdo con esta forma de gobernar. Por el contrario, lo consideramos insuficiente y débil desde muchos aspectos. Pero, no tomamos posturas sobre un sistema u otro.

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