jueves, 21 de junio de 2007

COMPROMISO CRISTIANO Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA (3 de 7)

Persona-Dignidad-Relaciones mutuas en el entorno de la vida social


La reflexión a partir del texto bíblico de Gén.1,26: “hagamos al ser humano a nuestra imagen…” ha aplicado las dimensiones de “comunicación humana” a la relación dialogal de la comunidad que es y existe en Dios. Sin embargo, el concepto hebreo para imagen (=צלם) constituye impregnar una “identidad”. Pero, este “hagamos a nuestra imagen y semejanza” subraya también el sentido comunitario al que está llamado a crear el ser humano, cuya realidad se expresa en Gn. 2, 23 cuando el hombre “rompe su silencio al reconocerse igual en el otro”. El ser humano, quien por su naturaleza tiene una inclinación a las relaciones para con el otro, siente la urgencia animosa y contagiosa de relacionarse. De tal modo “Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza” lleva a situarse en una dimensión relacional. Es decir, en la capacidad de reconocerse en el otro, pero no como otro, sino como un tú que se transforma en un yo idéntico. Uno con el que soy capaz de construir la vida. De esta forma, la naturaleza comunicativa es para aquellos que viven y se reconocen en sociedad, una posibilidad de diálogo y no de discriminación. No es(=el otro) aquel que es extraño, sino quien se hace un yo para mí como complemento de la mutua participación de lo divino y lo humano. No porque el tú esté alejado de las dimensiones de mi ser, sino precisamente porque ese tú se constituye en un yo desde Dios, en virtud de la impresión de Sí en cada uno. Por ello, no podemos hablar del otro como tú, sino como yo. “El tú no es el yo, pero tampoco es el otro; es una parte real del yo en la comunión del nosotros. El yo no se afirma negando al yo amado –u odiado–, sino abrazándolo –o rechazándolo– en la simbiosis de una existencia dialogalmente compartida.(R. de la Peña)[1]
A partir de esta postulación, la igualdad del ser humano cobra personalidad en el ámbito de la participación ciudadana y su vida cristiana. Las formas de vivir, “entender” y “apropiarse” de los escenarios sociales le obligan al individuo a actuar diversos papeles en el entorno de lo público desde lo privado. La vida del ser humano, se balancea entre estos polos, desde los cuales tiene que ofrecer respuestas por la fe. “El hombre es el tú de Dios… Cuando Dios crea al ser humano, no crea una naturaleza más entre otras, sino un tú; lo crea llamándolo por su nombre, poniéndolo ante sí como un ser responsable(=dador de respuestas)…”(R. de la Peña) En este sentido el poner de Dios su imagen en este ser humano que se constituye en el que Dios se mira y hacia el cual se refiere, deja claro que implica una comunicación de “tú a tú”: “en su ser-para-Dios se ubica la raíz de la personalidad del hombre, y consiguientemente, el secreto de su inviolable dignidad y valor”. (R de la Peña) Aquí abordamos otro elemento de esta imagen: la dignidad del ser humano.
Evidentemente en virtud de ella se ha construido, en nuestros días, un discurso donde el ser humano es igual en dignidad. No existen diferencias, pero esto exige mirar al otro(=con el que se comunica desde un tú y yo) como igual y desde ahí reconstruir las valoraciones que hacemos y la promoción de la persona –independientemente de su procedencia–. Nadie tiene el derecho de arrancar del ser humano la dignidad de la que ha sido dotada. Hacerlo, constituye en la eliminación de la presencia divina del mismo y por ende, la marginación de aquella persona en la sociedad, pues se le condena a la soledad y al desprendimiento de su capacidad de sociabilizar. Este aspecto atenta aún más allá del ser humano, contra Dios mismo y consigo mismo, por ello, a su vez implica cuidar y reflexionar sobre los aspectos de la dignidad, identificando los elementos de complementariedad que contribuyan al máximo reconocimiento del otro como otro. Esto supone que la dignidad no se confiere al ser humano por decretos de derechos o reconocimiento de los mismos. Tampoco por la mera creación de leyes que plasmen en un papel, como preciada, la dignidad de la persona, porque es algo que por naturaleza posee cada ser humano y nadie se lo podrá quitar. Por tanto, ¿qué cosas interpelan mi fe dentro del complejo social? ¿Qué actitudes encarno en la dinámica vida cristiana y participación ciudadana? ¿Cómo ejecuto mi actividad en el marco social? ¿De qué modo ha de tratar el ser humano al ser humano, y por qué? Esta es la interrogante que queda de fondo dentro del contexto de lo político.Aparentemente la preocupación queda situada en la interacción comunicativa del ser humano en cuanto que ha sido puesta en él, pero que se dirige en diversas vertientes: Dios-hombre-mundo. Así, este ser humano está tendido hacia una triple dimensión dialogal. Se comunica con Dios en cuanto que este le invita a descubrirse a partir de Él, y se le comunica como cercano. Se le revela y manifiesta en su propia persona; en palabras de San Agustín “al interior mismo de su persona” y que es la dimensión de “re-ligación” como ha estado denominada. Es decir, mediante esta comunicación, el hombre se trasciende a sí mismo y entra en contacto con Aquel que se constituye en el superlativo de sí mismo. Se comunica también con el otro que es igual, mediante la capacidad de hacerse un tú-yo al mismo tiempo. Y se comunica con el mundo, en cuanto puede discernir sobre las diversas formas de conservación de esto que ha sido creado y puesto a su consideración. Por tanto, la interrogante planteada adquiere sentido en la medida en que enfrentan dos polos opuestos que se hallan presentes en la dimensión humana: el amor, como la capacidad de comunicación y el odio como la antítesis de esta comunicación. El amor que se encarna como la responsabilidad liberada de los esquemas del aparente esperar un bienestar que se promete sin justificaciones; del obrar con miras al beneficio económico que pueda obtener; del querer aunque represente una contradicción con mi identidad cristiana. Y, el odio cuya encarnación se representa en los fanatismos que endiosan ideologías y por consiguiente, estructuran nuevas formas de rencor, separación y conflictos entre el ser humano. No olvidemos que la comunicación humana está regida por las dimensiones del amor. Por amor, se comunica Dios. Por amor, se comunica el ser humano con el otro en condiciones de igualdad. Por amor, la dignidad de la persona cobra sentido, no sólo para sí mismo sino también para el otro. El odio por tanto, irrumpe en los límites de la privación y arranca la imagen divina del otro, porque se le concibe como “un cualquiera” y no como el yo-tú mediante el cual Dios se comunica. Es decir, se cosifica e individualiza(=hacer individuo) al otro, pero no se le concibe como persona.


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[1] RUIZ DE LA PEÑA, J.L. Imagen de Dios: Antropología teológica fundamental. Santander. (2ª ed.). 1998 pp. 200-205. En este contexto sigue al existencialista cristiano Gabriel Marcel (1889-1973) quien propone la temática del “Nosotros” como el encuentro de un “yo” con un “tú”. Cada uno por separado carece de realidad, puesto que no poseen existencia. El “yo” no puede concebirse sin referencia a un “tú” y viceversa. La concepción de Gabriel Marcel –según nuestra visión– es una de las más llamativas sobre el ser humano que integra las vías filosófica y teológica. Éste denomina al ser humano como una “personalidad encarnada” y es desde dicha postura que accede el hombre al conocimiento(=la conciencia) de sí, pero también a la concepción de los otros(=conciencia del mundo).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos!!!

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