jueves, 14 de junio de 2007

COMENTARIOS AL MENSAJE DE SS. BENEDICTO XVI A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS EN LA APERTURA DE LOS TRABAJOS DEL CELAM (2 de 4)


2. “em um mundo que tantas vezes busca, sobretudo, o bem-estar, a riqueza e o prazer como finalidade da vida e que exalta a liberdade prescindindo da verdade do homem criado por Deus” (…en un mundo que tantas veces busca, sobretodo, el bienestar, la riqueza y el placer como finalidad de la vida y que exalta la libertad, prescindiendo de la verdad del hombre creado por Dios)

En el último versículo del evangelio según san Mateo se nos deja una promesa enorme: “sepan que estaré con ustedes hasta el final de los tiempos”(Mt.28,20). Es decir, en el caminar de la vida, en lo que realizamos día a día, con todos sus acontecimientos extraordinarios, aún con aquellos que no se nos muestran tan esperanzadores, hemos de intentar encontrar allí, la presencia del Dios que siempre está asistiéndonos. La presencia del Dios que nos habla y se nos acerca al corazón mismo por su iniciativa amorosa. Es la aceptación de que todo lo que nos acontece está dirigido conforme a un proyecto divino que vamos develando en la medida en que nos atrevemos a caminar. Cierto que habrá ocasiones en que se nos muestre un poco desilusionado lo que hacemos, que sintamos que no encontramos esos pastos verdes, que no hay fuentes en el desierto por el que caminamos, que las sendas son oscuras y no falta la luz… pero aún, en esos momentos, hacer como Job y gritar: “…aceptamos de Dios lo bueno y no vamos a recibir lo malo”(Jb.2,10).
En el acontecer de nuestra vida la sociedad actual sucede que podemos preocuparnos por demasiadas cosas. Nos dejamos consumir por las rutinas, por “COSAS” que a fin de cuenta nos van robando poco a poco la paz, la tranquilidad… Nos llenamos de ellas y sentimos que, mientras más acumulamos, mientras más podemos conseguir, más felices somos. Pero en el fondo, nos vamos empobreciendo. Ponemos nuestras esperanzas en lo que adquirimos y cuando eso sucede, nuestras energías se nos consumen en defender lo que se ha ganado con el sudor de la frente. Nos convertimos en esclavos del futuro. Mañana espero alcanzar más. Que esto que he logrado no lo pierda. Y es que las cosas que nos dan un “status”(=prestigio) social, se nos hacen muy necesarias para salir del olvido en donde nos sentimos hundidos. Si tenemos, y mientras mucho más sea lo que tenemos, más y mejor reconocidos seremos entre los nuestros. Sin embargo, la propuesta de Jesús es la siguiente: “no se preocupen de qué van a comer mañana, o cómo vestirán… de esas cosas se afanan los gentiles”(Mt.6,32). Es decir, no se preocupen de las cosas materiales como quienes no tienen ninguna esperanza. Ustedes, si confían en la acción misericordiosa del Padre, han de saber que Él conoce muy bien que las necesitan y por tanto, se las proveerá. No se descarrilen siguiendo tras aquellas cosas que les llenarán el corazón dejando afuera a Dios. Hacerlo, no les hará menos diferentes que, quienes no han encontrado una ocasión para dejar entrar a Dios en su ser.
Vivimos en un ambiente en donde esperar ha sido cosa del pasado. Ya no tenemos la sensibilidad para esperar. Nos hemos dejado contagiar por la desilusión de un mundo que marcha tras una especie de sinsentido, donde nada tiene que esperar o desear. Pero, ¿qué ha sido de la esperanza? ¿Dónde ha quedado nuestra capacidad de maravillarnos? En el capítulo sexto del evangelio según San Mateo, Jesús propone dos imágenes maravillosas: “los pajarillos no trabajan y tienen su alimento… los lirios del campo no bordan, costuran o tejen y están siempre vestidos de hermosos colores”(Mt.6,25-28). Entonces, ¿cuánto más no ha de darnos Dios a nosotros hechura de sus manos de un modo especial?
Y continúa diciéndonos: “No se preocupen por el mañana, aquel se preocupará por sí mismo… cada día tiene su propio afán”(Mt.6,34). Es decir, mira, si ahora tienes estas cosas, por qué te preocupas en qué alcanzarás mañana. A cada momento, su propio afán. O como nos dice la sabiduría popular: “las penas de mañana no quieras sufrirlas hoy”, o “no hagas hoy lo que puedes hacer mañana”… Somos esclavos de la rutina. Queremos construir todo de un golpe. Alcanzarlo todo para, al final, podernos lanzar en una cama a mirar al techo y decir: Ahora sí que puedo descansar en paz… todo lo tengo asegurado… “a comer y a beber en medio de las fatigas porque es don de Dios”(Ecle.3,13) como nos dice el libro de Qohélet(=Eclesiastés). A comer y a beber porque no me falta nada. He trabajado sin descanso para ello, me he preocupado por todo. Ahora a disfrutar de ello. Pero, ¿Qué será de todo lo demás? Nos aferramos a las cosas y ¿qué lugar dejamos para Dios?

3. “vocês são testemunhas de que existe outra forma de viver com sentido” (…ustedes son testimonio de que existe otra forma de vivir con sentido)

La invitación que hace Jesús en el capítulo sexto de Mateo es fuerte. Es signo de contradicción con una visión desesperanzada para quienes ponen su confianza en la búsqueda de todo lo que no es DIOS: “Busquen primero el Reino de Dios… todo lo demás se les dará por añadidura”(Mt.6,33). Es decir, están bien las cosas que alcanzamos con nuestro esfuerzo, pero ellas no pueden alejarnos de buscar a Dios. No pueden alejarnos de ese recorrido del Reino. No podemos anteponer al proyecto de anunciar el acontecimiento de la Buena Nueva las ataduras que nos significan las cosas materiales, el bienestar propio, las seguridades y/o comodidades. Recordemos lo que dijo a aquel que le pidió ir a enterrar a sus padres antes de seguirlo: “Quien no sea capaz de renunciar a su padre, a su madre y a sus hermanos no es digno de seguirme”(Mt.8,38;Lc.14,27). En otras palabras, quien no es capaz de renunciar a esas seguridades que dan las cosas, a la estabilidad que prometen, y se aferra a ello, no es capaz de descubrir la sensibilidad para anunciar el mensaje del Reino. Y esta es la condena que lanza el profeta Jeremías sobre los pastores: “los pastores se han dedicado a beneficiarse ellos y se han olvidado del pueblo”(Jer.23,1-4). Ésos son los malos pastores. Roban la lana de las ovejas, se llenan, se sacian, se hartan de su carne y luego las dejan en el abandono. Las olvidan cuando ya no pueden sacarle nada más. A esos pastores se les pedirá cuenta de ello, porque no han sido fieles a la tarea que se les ha encomendado desde el cielo. “No me han escogido ustedes, fui yo mismo quien les escogió”(Jn.15,16) nos dirá Jesús. Y es que la tarea de “pastoreo” en la Iglesia es un acto amoroso del Padre en donde toma la iniciativa. No lo hacemos por cuenta propia, sino convocados por aquel que nos ha mirado desde u infinito amor, quien se ha mostrado Padre providentísimo. Es la experiencia de un Dios que se manifiesta con su amor, que ha querido y continúa acercándose al hombre y a la mujer para realizar una historia de salvación. Sin embargo, este darse a conocer de Dios, este revelarse al ser humano exige un compromiso de su parte; exige una respuesta específica. Es la acción dinámica de su invitación a abrirnos desde el interior a su voz; es el despojarnos total y radicalmente de todas aquellas situaciones en las que nos encontramos seguros, para dejar a esa voz que resuene. Sin embargo, la sociedad actual nos exige mayor tiempo del que poseemos. Nos exige todo. Mucho más de lo que queremos y/o sentimos que podemos dar. Nos compromete para andar a la moda; para estar al nivel de los demás, para que no sea menos que los otros. Somos hijos e hijas de un ambiente determinado por la falta de sentido. Y en él, nos sentimos incapaces de dar nombres. Y es que la vida nos reclama, nos exige, nos recomienda que el tiempo no se puede desperdiciar en esas tonterías –porque el tiempo es demasiado valioso para desperdiciarlo–. Y dicen bien, tenemos que ocuparnos de lo que construimos día a día, pero conscientes de que es el mismo Dios quien obra y nos guía en nuestro diario vivir; es Él quien nos va conduciendo paso a paso para que caminemos conforme su voluntad. Nos capacita para que, asumiendo de modo responsable nuestras vidas, podamos discernir lo que quiere de nosotros y ser testigos en un mundo herido y sufrido. Si vivimos de este modo hacemos una diferencia desde nuestra experiencia de consagrados/as.

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